Expira el verano y muere, lánguida, la tarde,
en crepúsculo rojo; nubes de fuego y campos
abrasados por brisas infernales.
Las vetustas casas del pueblo son los testigos
del paso de generaciones,
a veces, diezmadas por guerras,
por las miserias, por las hambres.
Los vecinos, perezosos,
-aún las huellas de la siesta
en sus caras,
labradas por surcos, como sus tierras-
están tendidos a la sombra;
en sus labios las colillas de sus cigarrillos.
Algunos encendidos,
apagados otros, como si fueran los apéndices
nacidos en sus labios, pardos,
cuarteados,
como los rastrojos de sus trigos.
Trigos segados por sus manos recias,
culminación de sus fornidos brazos.
A su lado un botijo,
del color del barro, exudando el fresco
líquido y, muy cerca, un porrón,
en competencia, con vino tinto de la tierra.
Hablan de sus sudores
y sinsabores,
de los destrozos de las tormentas,
de las, raras veces, copiosas
cosechas.
El vino calienta sus gaznates,
levanta el volumen de sus pareceres,
y el optimismo de futuras mieses engrosa,
hasta reventar los silos...
Es un breve descansar mientras lo hacen sus tierras,
a las que,
con los primeros días de otoño y sus yuntas, arañarán
los surcos de nuevo.
(Cap.III, "De ahora y de siempre")
martes, 10 de mayo de 2011
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Bellos versos unidos a un imaginación muy fértil tienn que dar como resultado este poema magnífico Te mando un fuerte abrazo
ResponderEliminarBello poema, como siempre.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Mi felicitación Jorge por tan bello poema
ResponderEliminarUn abrazo querido poeta
Stella
Nos has mostrado una bella estampa
ResponderEliminardel campesino y su tierra
cuando el verano se agota
y también sus fuerzas
por el duro trabajo.
Un gran abrazo Jorge.
Jorge,conozco bien a esas gentes en mi tierra oscura y manchega,donde el estío los cobija,los duerme y también los alerta.
ResponderEliminarMi gratitud por este bello e impecable poema,amigo.Mi abrazo siempre.
M.Jesús