El sol no se puede ver
en los espejos del agua;
su belleza
le deslumbra su mirada.
Sol
Tu haz de luz, cual viril falo,
calienta a la Tierra, la penetra y la preña.
Luna
¡Juguetona!
te deslizas por la Tierra, rompiendo las sombras.
Cielo
Cielo… ¡presumido!
que te miras
en los espejos de todos los mares,
y en los espejos de todos los ríos.
Gráciles y dicharacheras
Las manos de los sordos –gráciles y dicharacheras-
baten el aire cual raudas palomas mensajeras.
domingo, 29 de mayo de 2011
martes, 24 de mayo de 2011
Yo era pequeño
Yo era pequeño, jugaba en las casas hundidas.
Acompañaba a mi madre
a las colas del pan,
no me enteré del hambre.
Jugaba -el sonido de la corneta
en el aire de la posguerra- a conquistar trozos
de tierra, con el clavo, con el hinque,
mientras los muertos se enfriaban,
los muertos de todos,
que no se ofenda nadie.
Después de las bombas,
las bombas de todos,
vino la paz, la huida, el destierro, el hambre.
La nuestra fue una guerra -maldita- más,
que nadie se extrañe.
¿Qué guerra no tiene bombas, muertos cárceles,
hambre?
Las guerras hay que evitarlas antes:
No coquetear con banderas que no quiere nadie.
No ofender los sentimientos, las religiones de nadie.
Justicia para todos...
¡hay que impedir que las guerras estallen!
(Cap.II, "Recuerdos con el sepia de los años")
Acompañaba a mi madre
a las colas del pan,
no me enteré del hambre.
Jugaba -el sonido de la corneta
en el aire de la posguerra- a conquistar trozos
de tierra, con el clavo, con el hinque,
mientras los muertos se enfriaban,
los muertos de todos,
que no se ofenda nadie.
Después de las bombas,
las bombas de todos,
vino la paz, la huida, el destierro, el hambre.
La nuestra fue una guerra -maldita- más,
que nadie se extrañe.
¿Qué guerra no tiene bombas, muertos cárceles,
hambre?
Las guerras hay que evitarlas antes:
No coquetear con banderas que no quiere nadie.
No ofender los sentimientos, las religiones de nadie.
Justicia para todos...
¡hay que impedir que las guerras estallen!
(Cap.II, "Recuerdos con el sepia de los años")
miércoles, 18 de mayo de 2011
La madrugada
Las calles vacías y despobladas
de andares pausados y presurosos,
de cuerpos fatigados, afanosos
de existencias tranquilas, enervadas.
Encendida señal de trasnochadas,
haciendo el amor; momentos hermosos,
entrelazados los cuerpos, gozosos,
hasta altas horas de las madrugadas.
Los pasos delatan al madrugador
que se va distanciando entre las calles
que la luna alumbra -su resplandor-
Más tarde, detrás de los verdes valles,
el sol da al ambiente tono encantador,
esplendor, cual jardines de Versalles.
(Cap.III, "De ahora y de siempre")
de andares pausados y presurosos,
de cuerpos fatigados, afanosos
de existencias tranquilas, enervadas.
Encendida señal de trasnochadas,
haciendo el amor; momentos hermosos,
entrelazados los cuerpos, gozosos,
hasta altas horas de las madrugadas.
Los pasos delatan al madrugador
que se va distanciando entre las calles
que la luna alumbra -su resplandor-
Más tarde, detrás de los verdes valles,
el sol da al ambiente tono encantador,
esplendor, cual jardines de Versalles.
(Cap.III, "De ahora y de siempre")
martes, 10 de mayo de 2011
Estío
Expira el verano y muere, lánguida, la tarde,
en crepúsculo rojo; nubes de fuego y campos
abrasados por brisas infernales.
Las vetustas casas del pueblo son los testigos
del paso de generaciones,
a veces, diezmadas por guerras,
por las miserias, por las hambres.
Los vecinos, perezosos,
-aún las huellas de la siesta
en sus caras,
labradas por surcos, como sus tierras-
están tendidos a la sombra;
en sus labios las colillas de sus cigarrillos.
Algunos encendidos,
apagados otros, como si fueran los apéndices
nacidos en sus labios, pardos,
cuarteados,
como los rastrojos de sus trigos.
Trigos segados por sus manos recias,
culminación de sus fornidos brazos.
A su lado un botijo,
del color del barro, exudando el fresco
líquido y, muy cerca, un porrón,
en competencia, con vino tinto de la tierra.
Hablan de sus sudores
y sinsabores,
de los destrozos de las tormentas,
de las, raras veces, copiosas
cosechas.
El vino calienta sus gaznates,
levanta el volumen de sus pareceres,
y el optimismo de futuras mieses engrosa,
hasta reventar los silos...
Es un breve descansar mientras lo hacen sus tierras,
a las que,
con los primeros días de otoño y sus yuntas, arañarán
los surcos de nuevo.
(Cap.III, "De ahora y de siempre")
en crepúsculo rojo; nubes de fuego y campos
abrasados por brisas infernales.
Las vetustas casas del pueblo son los testigos
del paso de generaciones,
a veces, diezmadas por guerras,
por las miserias, por las hambres.
Los vecinos, perezosos,
-aún las huellas de la siesta
en sus caras,
labradas por surcos, como sus tierras-
están tendidos a la sombra;
en sus labios las colillas de sus cigarrillos.
Algunos encendidos,
apagados otros, como si fueran los apéndices
nacidos en sus labios, pardos,
cuarteados,
como los rastrojos de sus trigos.
Trigos segados por sus manos recias,
culminación de sus fornidos brazos.
A su lado un botijo,
del color del barro, exudando el fresco
líquido y, muy cerca, un porrón,
en competencia, con vino tinto de la tierra.
Hablan de sus sudores
y sinsabores,
de los destrozos de las tormentas,
de las, raras veces, copiosas
cosechas.
El vino calienta sus gaznates,
levanta el volumen de sus pareceres,
y el optimismo de futuras mieses engrosa,
hasta reventar los silos...
Es un breve descansar mientras lo hacen sus tierras,
a las que,
con los primeros días de otoño y sus yuntas, arañarán
los surcos de nuevo.
(Cap.III, "De ahora y de siempre")
martes, 3 de mayo de 2011
Retrato
Acta del paso de la vida,
testigo fiel del transcurrir del tiempo,
prueba, irrefutable y cruel, del hoy y del ayer.
(Cap.III, "Dea ahora y de siempre")
testigo fiel del transcurrir del tiempo,
prueba, irrefutable y cruel, del hoy y del ayer.
(Cap.III, "Dea ahora y de siempre")
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