POEMAS
BELLEZA CRUEL
Editorial Sinmar
Jorge torres Daudet nació en Guadalajara en el año 1943.
Pasó su infancia y juventud en Sigüenza y actualmente reside en Madrid.
Belleza cruel es el primer libro que publica.
Belleza cruel
Jorge Torres Daudet
Belleza cruel
Sinmar
©
Grupo editorial Vitruvio
Primera edición, 2009
© Jorge Torres Daudet
Sinmar
ISBN: 978-84-96830-20-5
Depósito legal: M-42873-2009
Prólogo
Suele decirse que la poesía es un don que los dioses
hacen a sus elegidos en la juventud primera,
hacen a sus elegidos en la juventud primera,
cuando la sensibilidad y los
sentimientos más nobles están a flor de piel…
A mí me cabe el privilegio de prologar este libro,
conmovedor y veraz, que viene
valientemente a
contradecir el extendido tópico.
“Belleza cruel” no
es fruto de la
juventud exaltada, sino de la
experiencia, cuando
los sentimientos se han
decantado, el amor es tan verdadero
que no sólo
está unido a la piel
sino incorporado a la propia
médula, y la sensibilidad se
ha afinado más allá de
las lágrimas.
“Mira al cielo: aún surca los caminos,
entre nubes,
que cruzó con su avión de guerra;
en su cabeza rugen los motores,
la metralla, las explosiones…”
No esperen encontrar en este poemario el último
grito de la “moda” poética; los versos que dan
cuerpo a este libro, el primero publicado de Jorge Torres,
han sido escritos a instancias de la emoción,
han sido escritos a instancias de la emoción,
con una sinceridad y una honradez
insólitas, en la
más estricta e incontaminada
soledad creativa, a
espaldas de los santones que
rigen los cenáculos,
dictan las normas y se reparten
monedas y laureles.
“Les veo pasar todos los días,
con su andar inseguro,
atropellado, con cuerpo
inestable.
El padre, mayor y menudo, tiende
su mano,
le sostiene…”
Los
poemas de Jorge Torres nos “cuentan”
sencillas historias de la realidad
cotidiana que nos
hiere a todos nosotros; él se ha
detenido a mirarla y
se ha llevado el dolor a casa.
La poesía narrativa, que ahora “no se
lleva”, ha
Tenido a su servicio, no
obstante, a los poetas más
grandes de la Historia, desde
Jorge Manrique en las
Coplas a la muerte de su padre:
“Los plazare e dulçores
desta vida trabajada
que tenemos,
non son sino corredore,
e la muerte la çelada…”
al maestro de la
emoción y la sencillez, Ángel
González, recientemente
fallecido:
“Recuerdo
bien
a mi madre.
Tenía miedo al viento,
era pequeña
de estatura,
le asustaban los truenos
y las guerras…”
La poesía trata de fijar en el
tiempo el senti-
miento perturbador que nos asalta
de improviso,
inspirado por el sufrimiento
propio o ajeno, con el
que puede identificarse todo ser
humano. ¿Quién
no ha pensado alguna vez al leer
a los poetas: “Eso
es exactamente lo que yo pienso,
aunque no sé expresarlo”.
“Entre cortinas de volutas de humo,
tumbada en el suelo;
su cuerpo abandonado
al frío de las losas…”
De exaltaciónamorosa o amarga renuncia:
“Rubia cpomo la parva de la era,
como la caña del trigo.
Rubia y fresca
como la arena dorada de la playa.
Rubia y ardiente
como la melena del sol en el estío”.
Es cierto que no toda la poesía es sencilla ni naca
de la realidad que nos duele.
Hay mucha poesía
preciosista que no guarda en su
interior la almendra
de la verdad; tan solo es una sucesión de palabras
hermosas, orquestadas por técnicas
virtuosas que
visten de oropeles la nada. Una
poesía deliberada-
mente hermética, incapaz de
comunicar ni suscitar
la emoción en lo
otros, porque está vacía y
únicamente es un ejercico de
estilo, fuegos de
artificio que han expulsado a los
lectores de su
reino.
Jorge Torres es un poeta que escribe, al margen
del ámbito
estético del momento, “poemas
humanos” -con permiso de César Vallejo,
por emplear el título de uno de sus libros más
por emplear el título de uno de sus libros más
hermosos- que nos dan noticia
del amor, del dolor
existencial, de los sufrimientos
humanos que a él
no le son
ajenos. Jirones de su
propia vida,
guardados amorosamente, que nos entrega de
forma generosa
para que penetremos en su
intimidad.
Este libro es un compendio de amor contra la
muerte, la consumada de sus
padre, la del niño
inocente que fue y perdió en la
niebla de los años,
con el que intenta enamora a la
Parca, despertar su
interés contándole, como
Sherezade al Sultán,
momentos de
ardiente pasión, ya quemados,
heridas añejas que todavía le
duelen, con el fin de
distraerla de su odioso e
implacable oficio.
“me confiaban a sus hijos; yo les enseñaba las
primeras letras,las primeras
cuentas,
teoremas y álgebra a los más
crecidos,
mi ardor y vocación juvenil eran
agradecidos;
me obsequiaban con la leche
fresca, recién
ordeñada…”
Quizá el amable lector comprenda
el difícil
Ejercicio de ecuanimidad a que me
ha obligado este
prólogo, si añado que
el autor de este
hermoso
poemario es mi hermano y he
compartido con él
muchas de las emociones que laten
en sus versos.
Elvira
Daudet
Nota del autor
Hace ya tiempo que he cruzado el ecuador
de mi, un tanto azarosa, vida.
Llegado a este
punto, donde la tranquilidad
relativa de espíritu
me ha permitido mirar hacia
atrás, recordando
las vivencias que me tocó
disfrutar y, a veces,
no tanto, he querido dejar
reflejadas parte de ellas en estos poemas. Otros son
fruto de mi imaginación.
Mis versos estánb
escritos, como digo en uno de
ellos:
“…a pecho –sentimiento- descubierto, son…
acorazón abierto”.
Jorge Torres Daudet
A Carmen, mi mujer.
I
Mujer, deja que te hable
de amor…
Belleza
cruel
¡Oh! muchacha de encantos
inexplorados.
¡Oh! belleza cruel, cuerpo
incendiario,
-mirada inocente, sonrisa huidiza,
andar despistado-
objeto de miradas abismadas
y carnales ansias.
¡Oh! inocencia destructora de
corazones,
sosiegos y templanzas.
Sin tú quererlo, sin saberlo,
¡no sabes lo que provocas…!
Clamaré
Clamaré en tus oídos,
atrayendo tus pupilas a mis ojos.
Respiraré el aire que tú respiras
y desprecias.
Seguiré tras de ti,
me embriagaré del aroma de tu cuerpo y, entonces,
se unirán nuestras almas.
El edén
Recorrí tus caminos y tus fuentes,
bebí, sediento, de ellas. Subí a tus montículos,
me deslicé a tus valles,
libé en sus flores, comí de sus frutos;
encontré el edén
en el universo joven de tu cuerpo.
Sed
Y es de ti que tan sediento estoy
que cuanto más bebo de ti
más de ti estoy sediento.
Si
tú no estás...
Se diluye el sabor de tus besos,
con la sal de las mareas,
con el hielo del invierno.
Mis manos vagan errantes y desesperadas,
buscando tus sendas,
las sedas de tu cuerpo,
porque si no estás, mi vida, sin ti, yo soy nada.
El tiempo va marcando la distancia, aleja el tren
de los sueños;
tu imagen queda atrás, difuminada
entre la niebla del mañana incierto.
Mi alma, vacía sin ti, es más fría que el hielo
de la madrugada,
nuestro lecho, estepa árida y desierta,
sin el cálido oasis de tu cuerpo.
¿Dónde hallar el
fulgor de tus ojos,
|
dónde tu risa, dónde tus besos?
Y un
mañana
Y un mañana –no sé cuán cercano-
alguien habrá cerrado mis párpados;
ya no veré tu dulce sonrisa,
ni tomaré tus manos,
ni acariciaré tus cabellos,
ni veré los soles de tus ojos,
ni oiré la música de tus labios,
pero... te seguiré amando.
Amarte
Amarte es sentir correr tu sangre por mis venas.
Es ver el mundo maravilloso
por tus bellos ojos.
Es beber, insaciable,
del manantial de tus labios.
Es sentir el cielo en lo recóndito de tu piel.
Es que tu dolor a mi me duela.
Es ser tu corazón el mío.
Amarte es reinventar para ti, mi amor,
un te quiero, a cada instante.
Tu mirada me atraviesa...
Me miras como si yo fuera, para ti,
desconocido,
como si vieras a otro que yo no conociera,
como si yo fuera distinto al de antes
...como si ya no me quisieras.
Tu mirada me atraviesa
como si yo fuera invisible,
como si tú ya no me vieras.
Cuando me miras
tus ojos me hablan de total indiferencia.
Quisiera que fueras ciega
de esa forma de mirarme
Aquel café
Sobre el mármol frío de sus mesas
-lápidas de “te quieros” e historias muertas-
mi lápiz desgranaba en el papel
mi amor en la distancia.
Mis ojos escrutaban el agua de la jarra
-bola de cristal de amor brujo-
queriendo ver tu cara,
temiendo ver tu olvido en falsas adivinanzas.
Aquel café era mi cálido refugio,
continente de nostalgias...
tu silla... vacía de ti, el aire reflejando
tu mirada.
Aún flotaban tus palabras entre el humo...
Mi espera con el tabaco quemaba.
Tú, mi amor
Eres como la tarde de Domingo
dulce y sosegada.
Tienes mirada cálida, el sol en tus ojos,
amor en sus brillos.
Tu melena, sedosa,
acompaña, en su huir, a la brisa.
Tus labios en sonrisa suspendidos.
Tu piel fresca,
como el anochecer,
con aroma de jacintos y miel.
Tu cuerpo -campa de espliego, de juncos
y trigo-
es paseo preferido de mis caricias y mis besos
Eres laguna misteriosa donde la luna
mira –admira- tus destellos.
Tu boca rosas, jazmines y frutos del Edén.
Brisas
Una fresca brisa ondeaba sus
cabellos
con lento
movimiento, acariciaba sus senos
con el leve
tremolar de su vestido,
se
deslizaba suave, como la noche,
como de
amor dormido.
Traía aromas de verano
de rosas,
de jacintos, de pinares cercanos,
de tierra
mojada, de heno, de hierba
recién
cortada.
Noche de San Juan, de limones,
de
tormentas, de amores, de hogueras y promesas...
Tu me diste una flor yo te di toda mi fuerza;
fluía la
pasión,
mis besos
ahogaban tu candor,
mis brazos
poseían tu cuerpo.
|
aún nuestros cuerpos uno,
los cabellos mojados por la escarcha,
al alba.
Nos saludaba otra brisa más fresca,
más lozana,
mientras el sol cegaba nuestros ojos
y nos dejaba desnudos.
Eres...
Rubia como la parva de la era,
como la caña del trigo.
Rubia y fresca
como la arena dorada de la playa.
Rubia y ardiente
como la melena del sol en el estío.
Te buscaba
Te buscaba en otras ciudades
como si fueran la nuestra.
Te encontraba en otras caras
que dibujaban mis ojos...
Por la noche y en la mañana
pronunciaba tu nombre sin obtener respuesta;
seguía sólo, sólo.
Alientos del
alma
Me asomo al mirador del tiempo;
¡cuánto tiempo transcurrido! -aun siendo tan exiguo-.
Años de infantiles batallas, de primaveras
en mis venas,
en mis ojos luces escudriñando el futuro;
cabeza enloquecida de ilusiones
y esperanzas,
de amores tiernos;
chicas con pecas, con trenzas,
con enaguas, cancanes y sandalias.
Paseos por los pinos, temblores en las piernas,
sentidos latentes,
curiosidad por lo desconocido,
miradas cómplices.
Roces de piel, besos inocentes -¿inocentes?-
con explosión de sentidos miedos y vergüenzas,
rondas románticas, luz de luna… las guitarras.
Pechos palpitantes,
palabras entrecortadas, perdidas, voz ronca.
|
primeros bailes,
abrazos verticales… y los cuerpos
enfrentados, alientos de dentro, de deseo,
alientos del alma.
|
Tedio
Ella y él pasan los minutos
sin decirse palabra,
y las horas, las noches, y los
días...
Muere, en silencio,
el amor que se tuvieron.
Estatua
¡Pobre estatua de mármol frío
y duro!
Cuando la
luna te mira eres de nieve blanda,
nacarada.
Tus ojos
tristes, sin destellos,
sin
lágrimas.
Tus
cabellos quietos, al soplar el viento.
Vigía de
noches de amor, de lunas
llenas y
lunas moras,
codiciosa
de caricias y besos
permaneces
erguida, orgullosa,
siempre
mirando sin mirar.
Tus pies,
frágiles y desnudos
en los
fríos de las noches y los días,
te
sostienen incansables sin tener donde ir;
siempre
quieta, sólo se mueve tu sombra.
no me
conoces, no me saludas... yo,
enamorado
de ti,
sin verte,
te veo desde mi alcoba;
tú ahí
sigues mojada,
sólo, por
el rocío y la lluvia.
Al cabo de los años
Se
han encontrado después del tiempo transcurrido
que
ha hurgado en sus rostros...
pero
se han reconocido.
Sus
ojos, húmedos, se miran, se admiran,
incrédulos,
el uno al otro.
Han
entrelazado sus manos
con
cariño, con gestos temblorosos,
como
niños con juguetes rotos.
Ella
frágil, sus cabellos de seda,
blancos,
como su piel, luminosos.
Se
han cruzado pocas palabras,
permanecen
silenciosos.
Sus
miradas interrogan;
tienen
mil preguntas en sus labios, se las callan;
a
saber no se arriesgan.
Pronto
se dirán que sus amores
guardaron
sus ausencias,
que
sus corazones solos estuvieron siempre,
que a nadie más amaron, que nunca se casaron. |
Que
coincidieron siempre sus sueños, imploraron
sus
caricias, se buscaron sus cuerpos,
que,
sólo, sus almohadas recibieron sus besos,
sus
lágrimas, sus secretos.
Siguen
parados en la acera, donde
se
han encontrado, ajenos al mundo que les rodea,
a
las miradas de curiosos.
Sus
vidas ahí y ahora empiezan...
La mujer y el espejo
Se ha
desprendido de la última prenda
que la
cubría; ahora está desnuda ahí,
frente al
espejo.
Como si
fuera un rito,
va
recorriendo, milímetro
a
milímetro, poro a poro, su piel;
sus ojos,
escrutadores y críticos, viajan
por todo su
cuerpo.
Su cara de
piel tersa, ojos grandes, de profunda
y dulce
mirada,
de miel,
que no acarician a nadie.
Su cuello,
frágil, con caracolillos
donde el
cabello nace.
Hombros que
dibujan su delicada
silueta,
con leves cuencos...
Su espalda
se desliza, entre arcos,
suave,
armoniosa, hasta el cóncavo de su cintura.
|
con puntas
mirando al cielo,
con
círculos sonrosados,
erizados y
con minúsculos montecillos;
por ellos
resbalan sus manos...
El valle de
su vientre es recorrido
con mano
ávida,
con sutil y
fugaz movimiento se dirige
a su sexo,
con escaso
vello, siempre desierto...
Por un momento tiembla su cuerpo...
las
caricias no van más lejos;
continúa
por sus muslos
deslizando
sus dedos.
Al tiempo,
se vuelve para dejar reflejado
donde la
espalda termina,
su redondez
rotunda,
con sima
graciosa y profunda.
Las
piernas, cual columnas,
|
Al espejo,
negro de azogue, negro
de ver ese
cuerpo,
de ser
espejo le da tristeza...que... ser hombre,
seguro, él
prefiera en esos momentos...
Amar
Tú y yo, solos, cualquier habitación,
no importa el sitio; en cualquier lugar...
noches enteras, y sus días, para amar.
Noche de verano
Está caliente la noche y aún la luna no la besa,
Hay un silencio infinito, ¡callad!, que la luna
ya se acerca...
está celosa del sol que a la tierra,
así, calienta.
El aire huele a jazmines,
los ruiseñores, ahora, lo festejan;
con el jolgorio de sus cantos a los insomnes,
más, desvelan.
Frescos están los olivares
reflejando la luz de sus hojas,
las lechuzas entonan sus cantos,
los pastores guardan sus ovejas.
Los amantes el calor de sus cuerpos
baten sus sudores, los bañan,cabalgan;
cruzan caricias, besos, suspiros, risas...
luego, sus cuerpos y almas se relajan,
quedan quietos.
En tus brazos
Estás dormida a mi lado;
acaricio, con mi vista, tu cuerpo,
al sueño abandonado;
en tus labios una sonrisa...
Tus cabellos desparramados,
tus manos en tus brazos, como abrazando;
quisiera estar en medio...
sin estar en ti ¡qué solitario me encuentro!
La almohada recibe tu aliento,
tus ojos están cerrados,
tus senos libres,
con tu respiración, cabalgando.
Quisiera estar en tus sueños,
quisiera ser tu niño mimado;
tú estar siempre pendiente de mí,
ser yo... tu juguete adorado.
Amantes
Conocen sus cuerpos,
sus vidas... a retazos,
acuerdo tácito;
no les preocupa más.
Se ven muchos -pocos- días,
se ven y se gozan,
siempre a escondidas; su
pueblo es pequeño,
las ventanas ojos anidan,
abiertos a cualquier
movimiento.
Sus amores emigran sus
encuentros
a otros lechos,
donde sus caras no son
conocidas.
A penas tienen horas,
las buscan,
como sus cuerpos buscan sus
caricias,
como sus labios sus besos.
¿No hay nada tras esos
arrumacos,
tras esos te quiero...
te quiero, te quiero...?
¿Son simples jadeos,
es una forma de hablar
|
No hablan de amor.
A su arrebato dan rienda
suelta;
siempre lechos extraños,
alquilados.
Dejan sábanas mojadas,
sudadas,
enredadas por el fragor de
sus batallas,
por los lances de sus
pasiones desatadas...
Nunca acabadas de saciar,
se encontrarán otro día;
aún no saben cuándo, ni en
qué lugar;
son encuentros
itinerantes, prófugos,
culpables,
errantes, ocultos;
acuden a la cita de la llama
que nunca
acaban de apagar.
No piensan en un futuro;
no dan por acabada su
historia
ni piensan cuanto durará.
Ella o él, otra vez, una
más,
se llamarán;
|
nuevo escenario,
nuevo nido
de su loco desvarío.
Mujer sola
Rostro sereno, aún no ajado.
Ojos profundos, inquisidores.
Boca de pétalos desflorados
de sus primaveras.
Senos que nunca fluyeron mieles,
que nunca amamantaron aunque el amor y el placer
gustaron,
henchidos en deleites y goces.
Cuerpo provocador de envites apasionados,
de relajación
de miembros enlazados, reincidentes y locos.
Los amores... aves de paso; en su sentimiento
no anidaron,
sólo posaron, descansaron su fugaz vuelo.
Nieves más frías que el hielo
Apenas la luz que se cuela
por los visillos...
la alcoba está en penumbra;
a oscuras está su alma,
en las tinieblas de la
muerte... su mente.
Entre cortinas de volutas de
humo,
tumbada en el suelo,
su cuerpo abandonado
al frío de las losas.
La cara con los surcos
de la sal de sus lamentos.
Su corazón vacío;
la sangre se le ha helado en
su recorrido.
Manos temblorosas,
pequeñas para soportar tanto
delirio,
el que exudan sus nucas
con sus cabellos en
caracolillos.
Flor de escasas primaveras
tronzada en el hastío,
|
de crueles desvaríos.
El vidrio de sus ojos,
de su alma,
es opaco, no ve otros
caminos
que la salida donde
vislumbra la calma.
Pastillas, hierbas,
nieves, más frías que el
hielo,
congelan su cerebro.
La muerte se mete en sus
entrañas.
El desengaño
Tiene el cuerpo de adolescente marchita,
arrugas
incipientes en su cara, sus ojos grandes,
como dos faroles, pero apagados...
Su caminar por la calle es ligero
aunque nadie en casa la espera.
En el trabajo es alegre pero discreta;
su misterio es la vida que hace fuera.
Conoció el amor con pasión y fuerza;
muchos días y noches,
así varios años...
Un mal día -quizá mal día no fuera-
vio al hombre que quería;
otra mujer llevaba de su brazo,
ambos... un niño y una niña en cada mano...
El corazón se le quedó helado;
|
De inmediato entendió
por qué, a veces, a su amor no tenía.
Se había escondido detrás de un árbol
mientras ellos pasaban de largo
riendo, hablando...
quedó temblando pegada al gran olmo.
Eso ocurrió ya hace años.
Salió huyendo;
en otra ciudad está viviendo
su cruel desengaño.
Niña, mírame a la cara
Niña, mírame a la cara
que quiero ver tus ojos, ventanales de tu alma;
no bajes las persianas negras,
no bajes tus pestañas
y que te llegue a las entrañas.
Niña, no vuelvas tú la cara
que los zagales te ven
y se llevan consigo mi calma.
Eres más hermosa que el mes de Mayo,
eres el más bello jardín
donde busco yo posada
para dejar, por siempre,
aparcada ya mi alma.
Cuando caminas, niña
Cuando
caminas, niña,
se
revolucionan las calles,
ahítas se
quedan las esquinas,
en los
parques los sauces lloran
sus ramas,
pidiendo que no te vayas.
Las
ventanas se llenan de fascinados ojos
las aceras
te esperan con ansia;
el sol,
¡qué envidia! te acaricia enterita,
con sus
lascivos y ardientes rayos...
¡Con qué
gracia mueves tu cuerpo!,
tu melena
cómo resbala por tu cara,
tus
ojos...cómo deslumbran al mirar,
cómo
hechiza, cómo cautiva tu sonrisa,
cuando, con
tu inocencia, saludas al pasar.
Tus
vestidos moldean tu cuerpo,
cubren tu
belleza, como las cortinas
amparan
monumentos; a la luz le da miedo
|
descubrir
tus secretos...
La brisa
lleva el perfume de tu cuerpo;
de rosas y
jazmines es el aroma,
y, también,
el color de
los labios que asoman en tu cara,
quizá,
ávidos de amar.
Mientras,
tus cabellos flamean
cual
banderas, orgullosas,
de los
imperios de la juventud y belleza.
El viejo y la
joven bella
Una joven bella, de extrema hermosura, fresca,
como flor de invernadero...
él, viejo,
más que los restos de Atapuerca,
piensa en mil travesuras...
Pero, recobrando la cordura,
se dice para sus adentros...
- como la zorra con las uvas –
“esa flor está inmadura”.
Madre rota
El otoño
luchaba con el invierno,
perdiendo
la partida.
Era una
mañana fría
de
Sigüenza, muy fría.
Las nubes
habían teñido de noche el día.
El aire
clavaba la lluvia en nuestras mejillas.
El pinar,
mientras, nos regalaba
con el
aroma
de tierra y
plantas mojadas;
tomillo y
romero y, también, resina.
Las copas
de los pinos
nos
saludaban silbando,
se
inclinaban con el viento,
al paso de
nuestras correrías.
El
castillo, en ruinas,
nos miraba
helado;
no se creía
tanta alegría,
|
Confundidos
con los silbidos,
que los
pinos emitían, nos llegaron... ¿lloros...
gritos...?Corrimos
hacia el camino
que las
ramas cubrían.
No lejos,
una mujer,
desafiando
a los elementos,
se dirigía
hacia el cementerio.
Apenas en
falda y camisa,
llevando
una pequeña caja
del color
de las astillas.
Entre
quejidos y sollozos subía.
A su niña,
muerta, iba hablando, acariciando,
chillando,
susurrando,
gritando al
cielo.
A nosotros
nos ignoraba; no nos veía...
De un
resbalón a la tierra caía;
|
la
acariciaba, la besaba,
mientras,
desgarradoramente,
“mi pobre
niña”, decía...temblando.
Y llegaste, colegiala
sombras entre sombras,
cielos sin estrellas, noches eternas,
lágrimas en la almohada.
Luz del final del túnel; uniforme con trenzas,
carreras sin fin, risas en cascada,
ojos, luceros del alma.
Miradas a hurtadillas, miradas con sonrisa,
sonrisas con convite, sonrisas con tristeza;
risas por todo, risas por nada.
Pregunta en la mirada, respuesta sin palabras;
ojos que hablan, ojos que piden, boca que sacia.
caricias bien llegadas.
Sentimientos encontrados, sentidos latentes,
piel amada... Llegaste, colegial
II
Recuerdos
con el sepia de los años
Yo era pequeño
Acompañaba a mi madre
a las colas del pan,
no me enteré del hambre.
Jugaba -el sonido de la corneta
en el aire de la posguerra- a conquistar
trozos
de tierra, con el clavo, con el hinque,
mientras los muertos se enfriaban,
los muertos de todos,
que no se ofenda nadie.
Después de las bombas,
las bombas de todos,
vino la paz, la huida, el destierro, el
hambre.
La nuestra fue una guerra -maldita- más,
que nadie se extrañe.
¿Qué guerra no tiene bombas, muertos
cárceles,
hambre?
Las guerras hay que evitarlas antes:
|
No ofender los sentimientos, las religiones
de nadie.
Justicia para todos...
¡hay que impedir que las guerras estallen!
Batallas en la mar
Mis juegos de niñez,
entre escombros de casas
hundidas,
-rescoldo de la guerra-
eran de batallas en la mar
embravecida;
olas gigantescas
eran montañas de vigas y tierra.
Subido en el puente del barco,
-restos de algún muro caído en
mi patio-
como altivo capitán, daba
órdenes
a estáticos montones de
ladrillos y piedras,
siempre sordos
y mudos a mis gritos,
así, en mis batallas, no había
muertos ni heridos.
Los palos eran las espadas,
las tuberías, troceadas, los
cañones,
las ratas... los espías.
Eran los juegos de aquellos años
de posguerra,
sin juguetes,
con la inocencia en los ojos de
los niños,
Tiempos de miseria
Los pequeños sin alimentos
ni juguetes.
Los mayores –mala sangre y juramentos-
duros trabajos, pan duro y...
escaso;
sudores y piojos,
alpargatas con agujeros.
Después vino la guerra:
Niños con hambre, lágrimas y
mocos...
Muertos, muchos muertos...
Mujeres, sayas y pañoletas
negras,
y corazones rotos...
Mieses y flores
La
primavera ha llegado, atrás quedó la guerra.
Han
crecido
-entre
cascotes de metralla-
las
cebadas, los trigos,
-ganarán
batallas al hambre
de
los vivos-
las
amapolas han florecido.
Mieses
y flores...
homenaje
a los muertos
que,
en los campos, han
caído.
Se hizo el mal por todos...
Dejémonos
de colores,
rojo, azul, azul y rojo; ¡basta ya!-
acabemos,
de una vez por todas,
con
las dos Españas.
Gobernantes
y gobernados
miremos
hacia atrás
sin
iras ni rencores;
no
encendamos, una vez más,
la
mecha de la venganza.
Los
odios traen las guerras
y
el rescoldo de la guerra
-campos
y ciudades
con
sangre, inocente, derramada-
es
más odio.
Han
pasado los años, nada es igual que entonces;
atrás
quedó, en aquella mísera España,
el
analfabetismo, la injusticia, el hambre;
|
Frente quebrada
Ojos
negros, hundidos, mirada en extravío.
espalda
curvada por años en roto delirio;
sonámbulo
despierto de días y noches.
Camina
con paso inseguro, agotado,
hastiado
de todo y de todos.
Sus
brazos caídos, desmayada alma
en
cuerpo de gigante, de complexión enorme.
Muchas
veces tumbado o recostado
sobre
cualquier muro; en la mano, siempre,
una
botella,
su
única compañera, ignorando al mundo
del
que es apartado, en el que es confinado.
Mira
al cielo: aún surca los caminos,
entre
nubes, que cruzó con su avión de guerra;
en
su cabeza rugen los motores,
|
Poco
más dejó saber de su historia.
No
quiso huir; vivió su destierro
bajo
los cielos en que hizo la guerra,
la
guerra que perdió; vencido por dentro,
vencido
por fuera.
Año 1958
No escapábamos del rosario, de los
curas, del colegio.
Paseábamos la alameda con las manos
en los bolsillos, rotos,
llenos de frío.
Mirábamos al negro cielo, hacíamos
guiños a las estrellas,
cantábamos “en el año dos mil y
pico... el hombre podrá volar”
-año 2000...qué lejano, muy lejano, nos
parecía remoto, inalcanzable,
más que cualquier galaxia, -¿llegaríamos?-.
Filosofábamos, hablábamos de los
aviones “a propulsión a chorro”.
Fumábamos, a trozos, los “Ideales”
amarillos
con pestazo de colillas apagadas,
guardadas, escondidas, en los bolsillos del abrigo.
Hablábamos de Maribel y de Charito,
mirábamos al cielo, ¡qué frío!,
las manos en los bolsillos, calor
en las ingles.
|
Recitábamos a Jorge Manrique, San
Juan de la Cruz.
Cantábamos rancheras, silbábamos el“Puente sobre el río Kwai” |
y, a veces, hablábamos de religión
y matemáticas.
Y pasaba la tarde invernal del
Domingo, calada tras calada
de los cigarrillos “Ideales” am
|
arillos. |
III
De
ahora y de siempre
Berlín
Berlín, del muro y alambradas de espinos,
gorras plato y pasos de oca.
Berlín, de bellos monumentos,-antes
desiertos,
casi muertos-
ha caído tu muro, eres libre, eres uno.
Entra un nuevo aire, sin centinelas, ni
metrallas…
Alexanderplatz, tu torre luce ahora
como antorcha de paz y alegres noches,
prometedoras.
Puerta de Brandemburgo
-antes tierra de nadie-
por tus arcos circulan otras brisas...
recuerda tu origen de paz,
olvida lo que tu diosa y cuádriga evoca.
Friedrichstrasse
con
Checkpoint Charlie de museo,
sin controles, ni miedos.
Tus calles han encendido las luces,
-te
conocí casi a oscuras-
atrás quedaron las tristes farolas,
las nieblas de futuro incierto… y vidas
en la
desesperanza.
Ubicua y eterna
"Algo le pasa a la Muerte
la encuentro desmejorada"
Amalia Herrero Cabal
Sin túmulos, réquiems ni plañideras,
sin
pomposas carrozas, sin caballos,
-ni
negros ni blancos-
con
o sin sudarios,
echan
sobre ti palas de tierra;
quieren
cubrir tu efigie,
tu
cara, tu gesto -rígor mortis-
todos
te huyen, nadie te nombra,
te
queman, te incineran
-a
dos mil grados-
pero
tú, maligna Ave Fénix,
-roja,
de sangre y fuego-
te
alzas, erguida tu guadaña;
campos
y ciudades sobrevuelas.
Después
vendrán los buitres y las hienas...
tu
negra sombra -de muerte-
la
tierra cubre, la vida quiebra; ubicua y eterna.
Noche cerrada
Noche
de luto, de ausencia de luna y estrellas
¿dónde
estáis, astros del cielo?
¿dónde
estáis, espejos del alma?
los
arroyos lloran vuestra ausencia,
los
campos están negros...
Los
olivos, apagados,
sus
hojas impacientan.
Los
ruiseñores quedan mudos,
los
mares a sus olas atormentan.
Noche
de infiernos y limbos,
reinos
de las tinieblas...
¿Has
huido, Tierra,
a
otras galaxias de mundos oscuros,
de
agujeros negros,
de simas profundas en el universo?
La
oscuridad a la Tierra aplana;
no
hay montañas, no hay ríos, no hay mares...
mi
alma, angustiada, también os extraña.
El camposanto
El
campo inerte, los árboles, desnudos,
en
hileras; procesión de almas en pena...
parecen
fantasmas huesudos.
La
naturaleza duerme su siesta.
La
niebla, voluptuoso velo, borra
la
escena de noches estrelladas,
de
soleados y crudos días de invierno.
El
silencio todo lo invade, el arroyo calla...
el
agua se detiene; está helada.
Sólo
se oyen los gritos lastimeros del viento
y
el aullido del lobo, reclamando,
voraz,
su tajada y, a su loba,
la
cópula acostumbrada.
Las
pocas casas del pueblo
se
dibujan en la loma del cercano monte.
El
humo de las chimeneas con el viento corre;
la
única calle está desierta; ni personas ni bestias.
|
muere
frente a una puerta enrejada, medio abierta,
medio
cerrada que deja ver
unas
hierbas altas, doblegadas al viento...
Una
cruz, de hierro oxidado, encima de un muro de barro;
cuatro
paredes... un pequeño rectángulo
que
cobija unas tumbas y unos nichos...
a
cual más abandonados.
Viaje a mi pueblo
Hoy he
vuelto a mi pueblo,
he paseado
por sus calles
tranquilo y…
emocionado;
he viajado
en la distancia,
he andado
los caminos de antes;
otras
caras...
Tiendas con
otros letreros
no
consiguen borrar mis imágenes;
otros
nombres, otras mujeres,
otros
hombres...
mi
pueblo...
he pasado
por las casas
que me
cobijaron de niño;
he visto el
patio,
lugar de
mis pequeñas batallas,
he visto
las ventanas,
mis
ventanas... que yo creyera grandes, muy grandes;
|
de juegos,
de ilusiones...
dentro,
caricias y besos...
Hoy sus
muros están mudos
de nuestras
voces y risas
-mis
hermanas, mis padres-
¿Dónde
están mis compañeros
de colegio,
de juegos y canciones,
dónde mis
primeros amores
–dónde
aquellos besos-?
¿Dónde los
grandes olmos
de la
alameda, frondosa, de entonces?
-he visto
algunos tristes troncos,
como huesos
desnudos-
... nada de
la grandeza de otros tiempos.
Sigüenza...
la brisa de
los pinos
se lleva
mis recuerdos y nostalgias...
Dormida en los siglos
Sigüenza,
sigues postrada, dormida en los siglos,
a
la sombra del castillo.
Al
cobijo -asfixia- de las sotanas,
al
recuerdo de glorias pasadas,
deslumbrada
por el fulgor
de
las doradas piedras de tus muros,
sorda
por el fragor de lejanas batallas.
Ahíta
por el eco de la voz de tus púlpitos,
embelesada
por el aroma de los pinos,
embriagada
por tu dulce miel,
acompañas
en la pose
-tranquila,
sosegada-
a
tu hijo ilustre, El Doncel.
Abyectos,
abominables
Inocencia y belleza esculpida en
sonrisa,
más bella
que la más hermosa de las flores,
más que cualquier idílico paisaje,
más que puesta de sol irrepetible,
que lago profundo de cristalinas
aguas,
que destello de estrellas, que
auroras boreales,
que ángeles del cielo.
Apenas han nacido,
niños y niñas arrancados
de sus familias,
apenas han crecido, son raptados
violados, marchitados, muertos...
Manos crueles, mentes enfermas,
abyectas, abominables,
profanadores de cuerpos y almas
en toda su inocencia.
|
ojos nublados de vicio, labios
repugnantes,
babosos de infamia;
sacrílegos de cuerpos y almas.
Pueblo
abandonado
La soledad es silencio en sus
calles y casas,
el viento mece una puerta
destartalada.
Las risas de los niños ya no se
oyen,
ni los ladridos de los perros,
ni el canto de los gallos, al
despertar el alba.
Es como un cementerio; los nichos:
las ventanas,
tumbas: las puertas, balcones - sin
tiestos, sin flores-.
Un viejo arado -esqueleto al sol-
surca la soledad
con su reja oxidada, al paso de su
existencia vana.
En la torre de la iglesia un nido
vacío;
las cigüeñas han huido de tanta
soledad,
de tanto hastío;
la cruz del campanario
medio tumbada, vencida por el
descuido.
Las paredes, encorvadas, soportan
tejados
violados
por lluvias y hielos, por raíces de
plantas
que se encaran, insolentes, al
cielo.
Las calles -empedradas- con musgos
alfombradas,
flores
|
Bosque
Catedral, monumento verde en la
espesura,
tus columnas se levantan al cielo
con el ulular del viento,
tejiendo, en sus ramas, la gran
cúpula.
El sol se filtra entre las
cristaleras del aire
y múltiples reflejos;
leve luz, muy tenue, que invita a
la contemplación,
a la melancolía; soflama de
ilusiones
perdidas,
vía crucis de pasiones y vidas solitarias.
El rumor del arroyo recorre tus
sombras, cual
agua bendita irreverente,
se envuelve con sonidos de timbales
de cigarras,
con cantos de aves y los rugidos de
alimañas.
El anacoreta
Entre las rojizas y escarpadas
rocas, donde
los buitres plantan sus nidos,
en una estrecha gruta, una
escuálida figura
permanece estática, las rodillas en
tierra.
Sus huesudos brazos, desnudos y en
cruz,
parecen dos estacas.
Su calva se confunde con el color
de las rocas.
Una pelambrera cana -ovillo desmadejado
de lana-
cae a su espalda.
Su torso, así, desnudo, del color
de la calva.
Unos harapos blancos, atados con
cuerdas,
impiden su desnudez, sus vergüenzas
ocultan.
Sus pies, sucios, con uñas largas
-cual garras-.
El graznido del buitre rompe la paz;
rebota en las rocas de la gran mole
de piedra,
se pierde por el horizonte,
acompaña al sol que por allí se
esconde. Mientras
el santón reza y llora…
Paloma
mensajera
Con un soplo de viento se ha
posado,
en el alféizar de mi ventana,
una cuartilla blanca, impoluta,
desierta, sin una sola letra,
cual muda paloma mensajera.
El petirrojo
Es una mañana de Agosto, fresca
despejada, de luz radiante, el sol
promete hoy
ser abrasador.
Estoy a la sombra aromática de un
laurel
ensimismado en mi leer, pero un
petirrojo,
ya hace rato,
que va en mi derredor revoloteando,
ganándome espacio y atención, salto
a salto.
.
Camina, salta, vuela y gorjea con
decisión
y desparpajo, exhibiendo su manto
canela
y pecho bermellón-rosado,
con simpatía, pero muy estirado.
Ya junto a mí, me mira con sus
grandes
y espabilados ojos,
gorjea diciéndome algo; ante mi
silencio
vuelve a gorjear exigiendo diálogo.
El libro hace tiempo que he
abandonado,
|
mi atención el petirrojo ha
acaparado.
Pequeño
universo
he roto tus olas, he cantado a
veinte nudos,
acariciando tu brisa mi cara;
mar, he navegado en tus aguas;
tú mis venas y corazón surcas...
He visto tu oleosa superficie
y tus enormes crestas
soliviantadas.
He soñado con tus más profundas,
negras fosas,
con tus monstruos, con tus
magníficos corales.
He nadado con tus bellas sirenas.
Me he batido con mil peces espada,
he cabalgado a lomos plateados
de delfines,
he bogado con Jonás en el vientre
de la ballena,
he explorado las bodegas de barcos
naufragados,
con mis amigas, las morenas,
he vertido sus tesoros en las
arenas de tus playas...
Vagabundo
Va arrastrando con sus pies, cansados, su historia.
Sus pasos pesan, sus pensamientos vuelan;
van y regresan; sus ojos no miran a la gente que le observa;
sólo unos metros de acera.
Vecino del mundo, inquilino de cajas
de cartón en algún lugar, en cualquier rincón.
Cuenta las estrellas, las pone nombres, conoce
sus destellos.
A la luna enamora cuando vela sus sueños.
Su ropa conoce todas las ciudades;
es su fiel compañera, su mugre es su experiencia,
cada mancha una historia, alguna, quizá, muy bella;
su cara, a veces, lo dice cuando sonríe
con ojos que viajan muy lejos.
Me pregunto de qué vive; su orgullo
de qué le alimenta.
Su barba es el calendario, son sus muescas
en la cara negra de soles, lunas y vientos,
de noches mirando la nada, que le embriaga.
|
su destino pasar por caminos que no sabe
a donde van,
¡qué importa de donde vengan!
No
tomó ese camino
…Y no es que ése no fuera el
momento de huir,
era el lastre que arrastraba
consigo.
Llevando sus recuerdos… ¿para qué otros caminos?
lo que era su tormento con él se lo llevaba.
Había un solo camino a
recorrer, ligero
de peso; un oscuro túnel y una luz al final…
no tomó ese camino.
Sus recuerdos, la vida le anduvo
persiguiendo,
y él se dejó alcanzar,
acariciando su, ahora, amable cara.
Ese yo tan tuyo
Ese yo tan tuyo,
a los demás escondido,
ése que ven… no tus ojos
sino los ojos del alma,
¿camina junto a ti, en paralelo,
o se cruzan sus miradas?
Ese yo tan tuyo,
tan a los demás desconocido,
es tu dual, es tu sombra,
es el espejo que tu alma desnuda.
Te miras, sonríes
y te burlas...
Lluvia
Los pájaros, en las moreras,
alborotan con sus cantos.
Es otoño, está nublado, no hay frutos,
se me antoja un concierto extraño.
pudorosos, con luces grises
de cielo plomizo y sol cansado.
Las tierras están sedientas, abiertas,
cual amante lujuriosa, hambrienta.
Las hojas secas –brasas apagadas
del verano- acogen mis pasos,
su crujido es la mustia letra de una canción
de letargo, de muerte, de espera.
Gimen, melancólicas, las nubes,
los pájaros callan, se cobijan en sus nidos,
las arizónicas me regalan su aroma,
el campo exhala, complacido,
su perfume a tierra mojada.
|
quiero sentir el agua en mi cara,
en mi piel seca, -como la tierra, arrugada-
por sus surcos las gotas resbalan,
inundan mi corazón de sosiego;
agradecido, mis ojos levanto
al generoso cielo.
Ese muchachote y
su padre
Tiene una edad incierta
¿doce, quince, diez y ocho años?
no lo sé, pero es alto y parece fuerte.
Tiene ciertas deficiencias...
necesita la mano, el apoyo del padre.
Les veo pasar todos los días,
con su andar inseguro, atropellado, con cuerpo
inestable.
El padre, mayor y menudo, tiende su mano,
le sostiene;
por ahora puede ayudarle; más tarde...
sacará fuerzas... ¡seguro!
Su cuello sostiene una cabeza
que siempre mira al cielo,
a veces, dando rápidos giros.
Su boca es grande, abierta -labios gruesos, carnosos,
rojos-
su cara en perenne sonrisa. |
|
Mientras caminan, él, de medio lado,
mira a su padre, más bien, le acaricia,
|
le echa besos cariñosos, sonrientes.
Le habla, le dice palabras que sólo él entiende;
y sonríe... abre su
descomunal boca, en plena
y feliz mueca...
El padre derrocha amor, con su dulce sonrisa,
con tristeza escondida, como sus pensamientos;
dudas de un futuro incierto, su indefenso hijo
sin su padre,
sin su báculo, sin su amigo...
¿Pensará en ello su hijo?
El
reencuentro
Se despertaba el día con bruma, aún dormida,
sobre las lápidas del cementerio.
Tumbas vacías; todos los cuerpos y huesos al aire;
olor denso, insoportable.
Olor a los muertos y más muertos y, dentro
del feudo de las tinieblas, tú, la gran señora
y todopoderosa,
la muerte, reina de las calaveras y gusanos,
inquilinos de mortajas.
Nos habías citado, padre, iban a exhumar tus restos,
a romper tu descanso,
a violar tu sueño,
en una mañana de tensa calma.
La tierra es negra y húmeda, exhalando
vahos de pudrideros.
Y saliste tú, alzado en vilo,
con tu cuerpo de nácar y... entero.
Tus hijos allí, presenciándolo,
con nuestros sentidos colapsados
de sensaciones,
con corazones al galope de sentimientos;
|
después de los años te veíamos de nuevo...
La bruma flotaba como las almas que suben
al cielo;
bruma irreal, mañana de pesadilla, de frío,
las gotas del rocío nos llegaban
a los huesos.
Aquellas emociones nos calaban en nuestros
adentros.
¡Estábamos tan cerca y tan lejos...!
No poder abrazar tu cuerpo...
no poder sentir tu cálida mirada,
no recibir tus amorosos besos...
Y te llevaron al crematorio...
luego nos entregaron tus cenizas
resumidas, una negra vasija...
Las llamas no borraron tu imagen,
nunca tu sonrisa, sólo... tu cuerpo.
Cuando
yo muera
quiero que me vea mi perro;
que me huela, ya muerto,
no sea que piense que, por mi
voluntad,
me he ido y le he dejado.
No quiero que crea que le he
abandonado.
Hoy he vuelto a ser
Hoy he vuelto a ser el que no era,
-cuando no era-
antes que aquel óvulo fuera maduro,
antes que se pensara en mi existencia.
Noche entre las noches, sin luceros,
sin estrellas
sin albas ni atardeceres, sin
Marte, sin Tierra,
sin alegrías, sin tristezas.
Y hoy, otra vez hoy, vuelvo a ser...
no el que era.
Inmigrantes
Paraísos perdidos,
tierras baldías
por guerras y por soles,
por nubes de arena
y vientos abrasadores.
Horizontes de luz
cegadores de vida.
Belleza cruel e inhóspita,
que a sus hijos, desahuciados,
sin compasión destierra.
Cuerpos, almas errantes
con destino incierto,
si el mar a la dicha os lleva,
¡benditas olas
que impulsan vuestra patera!
Invasores sin armas; como munición: hambre.
Pieles, apretadas a los huesos,
condecoradas con heridas
de alambres espinosos.
de otras tierras, por otras
gentes.
Peregrinos del mundo sin báculos,
sin rutas ni albergues ni mochilas.
Cuerpos inertes, varados
en las playas de otros continentes;
llegasteis a la meta del no sufrir...
Paraísos perdidos.
Estío
Expira el verano y muere la tarde, lánguida,
en crepúsculo rojo; nubes de fuego y campos
abrasados por brisas infernales.
Las vetustas casas del pueblo son los testigos
del paso de las generaciones,
a veces, diezmadas por guerras,
por las miserias, por las hambres.
Los vecinos, perezosos,
-aún las huellas de la siesta en sus caras,
labradas por surcos, como sus tierras-
están tendidos a la sombra;
en sus labios las colillas de sus cigarrillos.
Algunos aún encendidos,
apagados otros, como si fueran apéndices
nacidos en sus labios, pardos, cuarteados,
como los rastrojos de sus trigos.
Trigos segados por sus manos recias,
culminación de sus fornidos brazos.
A su lado un botijo, del color del barro,
exudando el fresco líquido y, muy cerca, un porrón,
en competencia, con vino tinto de la tierra.
Hablan de sus sudores y sinsabores,
de los destrozos de las tormentas,
de las, raras veces, copiosas cosechas.
El vino calienta sus gaznates,
levanta el volumen de sus pareceres,
y el optimismo de futuras mieses engrosa,
hasta reventar los silos...
Es un breve descansar mientras lo hacen sus tierras,
a las que,
con los primeros días de otoño,
y sus yuntas, arañarán los surcos, de nuevo.
Viento
Corcel desbocado e irascible, eres
el soberbio
elemento, con ondulante capa
invisible.
Fustigador, con látigo de infinitas
colas,
azote de equilibrios; encrespas
océanos,
domeñador de tupidos y salvajes
bosques,
violador de las más profundas y
negras simas...
Tu ulular es tétrico alarido de mil
muertos,
tus largos brazos, desgarrados,
todo lo abarcan.
Tu gemido lúgubre, insolente y
lastimero
evoca la inicua carcajada de la
parca.
Cuando, por fin, te alejas la calma
invade mi alma.
La madrugada
Las
calles vacías y despobladas
de
andares pausados y presurosos,
de
cuerpos fatigados, afanosos
de
existencias tranquilas, enervadas.
Encendida
señal de trasnochadas,
haciendo
el amor; momentos hermosos,
entrelazados
los cuerpos, gozosos,
hasta
altas horas de las madrugadas.
Los
pasos delatan al madrugador
que
se va distanciando entre las calles
que
la luna alumbra -su resplandor-
Más
tarde, detrás de los verdes valles,
el
sol da al ambiente tono encantador,
esplendor,
cual jardines de Versalles.
Otros caminos
Día
y día caminando el camino se acaba,
-de
los arroyos y los árboles me despido-
mis
pies ya no andarán
otras
sendas, otros caminos,
ni
echarán los pasos atrás;
a
mis años me siento rendido.
Parca
Eres
toda de hueso, sin alma. Parca
es
de acero tu arma,
la
apartada ceja izada en la estaca.
Retrato
Acta
del paso de la vida,
testigo
fiel del transcurrir del tiempo,
prueba,
irrefutable y cruel, del hoy y del ayer.
En los espejos del agua
El
sol no se puede ver
en
los espejos del agua;
su
belleza
le
deslumbra su mirada.
.
Sol
Tu
haz de luz, cual viril falo,
calienta
a la Tierra, la penetra y la preña.
Luna
¡Juguetona!
te
deslizas por la Tierra, rompiendo las sombras.
Cielo
en
los espejos de todos los mares,
y
en los espejos de todos los ríos.
Gráciles y dicharacheras
Las manos de los
sordos –gráciles y dicharacheras-
baten el aire cual
raudas palomas mensajeras.
Ronda a la luna.
Acompañabas
mi vagar nocturno,
saltando,
graciosa, de charco en charco,
juguetona,
recortada, pequeña y moruna,
jugabas
al escondite entre las nubes blancas.
Mi
corazón, enamorado, brincaba a tañidos de guitarra.
Reproche
Toda
la vida juntos,
yo
y el cuerpo mío,
no
me enteré de que murió mi cuerpo…
y
se enteró mi vecino.
Sombra
Sombra,
compañera, -a veces mala, a veces buena-
me
sigues, te sigo,
permaneces
estática conmigo...y te ausentas.
El porvenir
El
porvenir… lo tengo
ya
tan cercano
que
lo vislumbro tras cualquier esquina,
lo
puedo, casi, tocar con las manos.
El
tiempo se va agotando;
mi cuerpo es como un viejo y derruido tejado;
goteras
por todos lados.
Hablo
del porvenir raras veces deseado:
la
Parca nos lleva a su lado.
Adiós a todos
Adiós
a todos y a todas las cosas,
a
las que nadan y a las que flotan en las aguas
y en las brisas,
con
perfumes de deseos y de amores rotos.
A
los mirlos y ruiseñores locos
y
noctámbulos.
A
las olas que van y vienen entre
borlas
de espuma de conquista.
A
todas esas cosas que nunca se tuvieron
-las
deseadas y no deseadas-
A
las mujeres que amé y me amaron, en silencio,
con
palabra muda.
A
los amigos, a quienes creyeron
conocerme
-¡tan convencidos estaban de ello!-
y no lo hicieron.
A
los que se dice, simplemente, conocidos.
A
los que quise, me quisieron, odié y me odiaron.
A
los que hice, me hicieron, beber los malos tragos.
A
los que en malos tragos ayudé, me
ayudaron.
Adiós
a esos días que quise hubieran sido
eternos,
y
a los que nunca debieran haber existido.
Adiós
a todos y a todas las cosas;
me
voy con poco,
me
voy con nada: nada me hará falta.
Mis poemas
Mis
poemas, mis versos,
son
palabras, más o menos, conexas,
sin
trincheras, cátedras ni reglas;
son
a pecho –sentimiento- descubierto,
son...a
corazón abierto.
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ÍNDICE
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