jueves, 31 de mayo de 2012

Libro: Belleza cruel (según la edición en papel)


                                  POEMAS











                                  

 

               BELLEZA CRUEL          


                                        

 














                                Editorial Sinmar





Jorge torres Daudet nació en Guadalajara en el año 1943. Pasó su infancia y juventud en Sigüenza y actualmente reside en Madrid.


Belleza cruel es el primer libro que publica.








          

          Belleza cruel
       
Jorge Torres Daudet












          Belleza cruel

 





                               Sinmar

 

© Grupo editorial Vitruvio

 











Primera edición, 2009


© Jorge Torres Daudet

Sinmar


ISBN: 978-84-96830-20-5
Depósito legal: M-42873-2009


                              Prólogo


   Suele decirse que la poesía es un don que los dioses
hacen a sus elegidos en la juventud primera,
cuando la sensibilidad y los sentimientos más nobles están a flor de piel…
   A mí me cabe el privilegio de prologar este libro,
conmovedor y veraz, que viene valientemente a
contradecir el extendido tópico. “Belleza cruel” no
es  fruto de la  juventud  exaltada, sino  de la
experiencia,  cuando  los  sentimientos  se han
decantado,  el amor es tan  verdadero  que no sólo
está unido a la  piel  sino  incorporado  a la propia
médula, y la sensibilidad se ha  afinado  más allá de
las lágrimas.

   “Mira al cielo: aún surca los caminos,
entre nubes,
que cruzó con su avión de guerra;
en su cabeza rugen los motores,
la metralla, las explosiones…”

   No esperen encontrar en este poemario el último
grito de la   “moda” poética;  los versos que dan
cuerpo a este libro,  el primero publicado de Jorge Torres,
han sido escritos a instancias de la emoción,
con una sinceridad y una honradez insólitas,  en la
más estricta e incontaminada soledad creativa,  a
espaldas de los santones que rigen los cenáculos,
dictan las normas y se reparten monedas y laureles.


   “Les veo pasar todos los días,
con su andar inseguro, atropellado, con cuerpo
inestable.
El padre, mayor y menudo, tiende su mano,
le sostiene…”

    Los  poemas de  Jorge Torres nos  “cuentan”
sencillas historias de la realidad cotidiana que nos
hiere a todos nosotros; él se ha detenido a mirarla y
se ha llevado el dolor a casa.
   La poesía narrativa, que ahora “no se lleva”, ha
Tenido a su servicio, no obstante, a los poetas más
grandes de la Historia, desde Jorge Manrique en las
Coplas a la muerte de su padre:

     “Los plazare e dulçores
  desta vida trabajada
  que tenemos,
  non son sino corredore,
  e la muerte la çelada…”

al  maestro de la  emoción y la sencillez,  Ángel
González, recientemente fallecido:

 “Recuerdo
bien
a mi madre.
Tenía miedo al viento,
era pequeña
de estatura,
  le asustaban los truenos
  y las guerras…”

  La poesía  trata de  fijar en el  tiempo el senti-
miento perturbador que nos asalta de improviso,
inspirado por el sufrimiento propio o ajeno, con el
que puede identificarse todo ser humano.  ¿Quién
no ha pensado alguna vez al leer a los poetas: “Eso
es exactamente lo que yo pienso, aunque no sé expresarlo”.

   “Entre cortinas de volutas de humo,
  tumbada en el suelo;
  su cuerpo abandonado
  al frío de las losas…”

  De exaltaciónamorosa o amarga renuncia:

   “Rubia cpomo la parva de la era,
  como la caña del trigo.
  Rubia y fresca
  como la arena dorada de la playa.
  Rubia y ardiente
  como la melena del sol en el estío”.

  Es cierto que no toda la poesía es sencilla ni naca
de la realidad que nos duele. Hay  mucha  poesía
preciosista que no guarda en su interior la almendra
de la verdad;  tan solo es una sucesión de palabras
hermosas,  orquestadas por  técnicas  virtuosas que
visten de oropeles la nada. Una poesía deliberada-
mente hermética, incapaz de comunicar ni suscitar
la  emoción en lo  otros,  porque  está vacía y
únicamente es un ejercico de estilo,  fuegos de
artificio que han expulsado a los lectores de su
reino.
   Jorge Torres es un poeta que escribe, al margen
del  ámbito  estético del  momento, “poemas
humanos”  -con permiso de  César Vallejo,
 por emplear  el título  de uno de sus  libros más 
hermosos­- que nos dan noticia del amor, del dolor
existencial, de los sufrimientos humanos que a él
no  le son  ajenos.  Jirones  de su  propia  vida,
guardados  amorosamente, que nos  entrega de
forma  generosa  para que  penetremos en su
intimidad.
   Este libro es un compendio de amor contra la
muerte, la consumada de sus padre, la del  niño
inocente que fue y perdió en la niebla de los años,
con el que intenta enamora a la Parca, despertar su
interés contándole, como Sherezade al Sultán,
momentos  de  ardiente  pasión, ya  quemados,
heridas añejas que todavía le duelen, con el fin de
distraerla de su odioso e implacable oficio.

   “me confiaban a sus hijos; yo les enseñaba las
    primeras letras,las primeras cuentas,
teoremas y álgebra a los más crecidos,
mi ardor y vocación juvenil eran agradecidos;
me obsequiaban con la leche fresca, recién
                                                              ordeñada…”

Quizá el amable lector comprenda el difícil
Ejercicio de ecuanimidad a que me ha obligado este
prólogo, si añado  que  el  autor de  este  hermoso
poemario es mi hermano y he compartido  con  él
muchas de las emociones que laten en sus versos.


                                                          Elvira Daudet


               



                   Nota del autor


  Hace ya tiempo que he cruzado el ecuador

 de mi, un tanto azarosa, vida.

  Llegado a este punto, donde la tranquilidad
relativa  de espíritu me ha   permitido mirar hacia
atrás,  recordando las  vivencias que me tocó
disfrutar y, a veces,  no tanto, he  querido  dejar
reflejadas parte de ellas en estos poemas. Otros son
fruto de mi imaginación.
  Mis versos estánb escritos, como digo en uno de
ellos:

  “…a pecho –sentimiento- descubierto, son… acorazón abierto”.

 

                                                 Jorge Torres Daudet


                                         



 

                                                 A Carmen, mi mujer.



 












 

 

 

 

                               I

            Mujer, deja que te hable

                        de amor…
 



Belleza cruel


¡Oh! muchacha de encantos
inexplorados.
¡Oh! belleza cruel, cuerpo incendiario,
-mirada inocente, sonrisa huidiza,
andar despistado-
objeto de miradas abismadas
y carnales ansias.
¡Oh! inocencia destructora de corazones,
sosiegos y templanzas.
Sin tú quererlo, sin saberlo,
¡no sabes lo que provocas…!



Clamaré

 

Clamaré en tus oídos,

atrayendo tus pupilas a mis ojos.

Respiraré el aire que tú respiras

y desprecias.

Seguiré tras de ti,

me embriagaré del aroma de tu cuerpo y, entonces,

se unirán nuestras almas.




El edén

 

Recorrí tus caminos y tus fuentes,

bebí, sediento, de ellas. Subí a tus montículos,

me deslicé a tus valles,

libé en sus flores, comí de sus frutos;

encontré el edén

en el universo joven de tu cuerpo.




 

 

 

Sed

 

Y es de ti que tan sediento estoy

que cuanto más bebo de ti

más de ti estoy sediento.







 
Si tú no estás...


Se diluye el sabor de tus besos,
la esencia de tu cálido cuerpo,
con la sal de las mareas,
con el hielo del invierno.

Mis manos vagan errantes y desesperadas,
buscando tus sendas,
las sedas de tu cuerpo,
porque si no estás, mi vida, sin ti, yo soy nada.

El tiempo va marcando la distancia, aleja el tren
de los sueños;
tu imagen queda atrás, difuminada
entre la niebla del mañana incierto.

Mi alma, vacía sin ti, es más fría que el hielo
de la madrugada,
nuestro lecho, estepa árida y desierta,
sin el cálido oasis de tu cuerpo.

¿Dónde hallar el fulgor de tus ojos,


 
dónde la noche, sin estrellas, de tu cabello,
dónde tu risa, dónde tus besos?


 



 
 


Y un mañana


Y un mañana –no sé cuán cercano-
alguien habrá cerrado mis párpados;
ya no veré tu dulce sonrisa,
ni tomaré tus manos,
ni acariciaré tus cabellos,
ni veré los soles de tus ojos,
ni oiré la música de tus labios,
pero... te seguiré amando.


Amarte


Amarte es sentir correr tu sangre por mis venas.
Es ver el mundo maravilloso
por tus bellos ojos.
Es beber, insaciable,
del manantial de tus labios.
Es sentir el cielo en lo recóndito de tu piel.
Es que tu dolor a mi me duela.
Es ser tu corazón el mío.

Amarte es reinventar para ti, mi amor,
un te quiero, a cada instante.




Tu mirada me atraviesa...


Me miras como si yo fuera, para ti,
desconocido,
como si vieras a otro que yo no conociera,
como si yo fuera distinto al de antes
...como si ya no me quisieras.
Tu mirada me atraviesa
como si yo fuera invisible,
como si tú ya no me vieras.
Cuando me miras
tus ojos me hablan de total indiferencia.
Quisiera que fueras ciega
de esa forma de mirarme
y que, así, mi amor, tú no me vieras.


Aquel café


Sobre el mármol frío de sus mesas
-lápidas de “te quieros” e historias muertas-
mi lápiz desgranaba en el papel
mi amor en la distancia.

Mis ojos escrutaban el agua de la jarra
-bola de cristal de amor brujo-
queriendo ver tu cara,
temiendo ver tu olvido en falsas adivinanzas.

Aquel café era mi cálido refugio,
continente de nostalgias...
tu silla... vacía de ti, el aire reflejando
 tu mirada.
Aún flotaban tus palabras entre el humo...
Mi espera con el tabaco quemaba.


Tú, mi amor


Eres como la tarde de Domingo
dulce y sosegada.
Tienes mirada cálida, el sol en tus ojos,
amor en sus brillos.
Tu melena, sedosa,
acompaña, en su huir, a la brisa.
Tus labios en sonrisa suspendidos.
Tu piel fresca,
como el anochecer,
con aroma de jacintos y miel.
Tu cuerpo -campa de espliego, de juncos
 y trigo-
es paseo preferido de mis caricias y mis besos
Eres laguna misteriosa donde la luna
mira –admira- tus destellos.
Tu boca rosas, jazmines y frutos del Edén.

 



Brisas

Una fresca brisa ondeaba sus cabellos
con lento movimiento, acariciaba sus senos
con el leve tremolar de su vestido,
se deslizaba suave, como la noche,
como de amor dormido.

Traía  aromas de verano
de rosas, de jacintos, de pinares cercanos,
de tierra mojada, de heno, de hierba
recién cortada.

Noche de San Juan, de limones,
de tormentas, de amores, de hogueras y promesas...

Tu me diste una flor  yo te di toda mi fuerza;
fluía la pasión,
mis besos ahogaban tu candor,
mis brazos poseían tu cuerpo.



 
Cantares de la madrugada nos despertaban;
aún nuestros cuerpos uno,
los cabellos mojados por la escarcha,
al alba.

Nos saludaba otra brisa más fresca,
más lozana,
mientras el sol cegaba nuestros ojos
y nos dejaba desnudos.




 
Eres...


Rubia como la parva de la era,
como la caña del trigo.
Rubia y fresca
como la arena dorada de la playa.
Rubia y ardiente
como la melena del sol en el estío.


 



 
 


Te buscaba


Te buscaba en otras ciudades
como si fueran la nuestra.
Te encontraba en otras caras
que dibujaban mis ojos...
Por la noche y en la mañana
pronunciaba tu nombre sin obtener respuesta;
seguía sólo, sólo.


Alientos del alma


Me asomo al mirador del tiempo;
¡cuánto tiempo transcurrido! -aun siendo tan exiguo-.
Años de infantiles batallas, de primaveras
en mis venas,
en mis ojos luces escudriñando el futuro;
cabeza enloquecida de ilusiones
y esperanzas,
de amores tiernos;
chicas con pecas, con trenzas,
con enaguas, cancanes y sandalias.
Paseos por los pinos, temblores en las piernas,
sentidos latentes,
curiosidad por lo desconocido,
miradas cómplices.
Roces de piel, besos inocentes -¿inocentes?-
con explosión de sentidos miedos y vergüenzas,
rondas románticas, luz de luna… las guitarras.
Pechos palpitantes,
palabras entrecortadas, perdidas, voz ronca.


 
Con cielos estrellados canciones italianas;
primeros bailes,
abrazos verticales…  y los cuerpos
enfrentados, alientos de dentro, de deseo,
alientos del alma.


 


Tedio


Ella y él pasan los minutos
sin decirse palabra,
y las horas,  las noches, y los días...
Muere, en silencio,
el amor que se tuvieron.


Estatua

¡Pobre estatua de mármol frío y duro!
sin corazón, sin alma; tú eres, sólo, bella...

Cuando la luna te mira eres de nieve blanda,
nacarada.
Tus ojos tristes, sin destellos,
sin lágrimas.

Tus cabellos quietos, al soplar el viento.

Vigía de noches de amor, de lunas
llenas y lunas moras,
codiciosa de caricias y besos
permaneces erguida, orgullosa,
siempre mirando sin mirar.

Tus pies, frágiles y desnudos
en los fríos de las noches y los días,
te sostienen incansables sin tener donde ir;
siempre quieta, sólo se mueve tu sombra.
Treinta años mía...
no me conoces, no me saludas... yo,
enamorado de ti,
sin verte, te veo desde mi alcoba;
tú ahí sigues mojada,
sólo, por el rocío y la lluvia.





Al cabo de los años


Se han encontrado después del tiempo transcurrido
que ha hurgado en sus rostros...
pero se han reconocido.
Sus ojos, húmedos, se miran, se admiran,
incrédulos, el uno al otro.

Han entrelazado sus manos
con cariño, con gestos temblorosos,
como niños con juguetes rotos.
Ella frágil, sus cabellos de seda,
blancos, como su piel, luminosos.

Se han cruzado pocas palabras,
permanecen silenciosos.
Sus miradas interrogan;
tienen mil preguntas en sus labios, se las callan;
a saber no se arriesgan.

Pronto se dirán que sus amores
guardaron sus ausencias,
que sus corazones solos estuvieron siempre,

que a nadie más amaron, que nunca se casaron.

Que coincidieron siempre sus sueños, imploraron
sus caricias, se buscaron sus cuerpos,
que, sólo, sus almohadas recibieron sus besos,
sus lágrimas, sus secretos.

Siguen parados en la acera, donde
se han encontrado, ajenos al mundo que les rodea,
a las miradas de curiosos.
Sus vidas ahí y ahora empiezan...


La mujer y el espejo


Se ha desprendido de la última prenda
que la cubría; ahora está desnuda ahí,
frente al espejo.

Como si fuera un rito,
va recorriendo, milímetro
a milímetro, poro a poro, su piel;
sus ojos, escrutadores y críticos, viajan
por todo su cuerpo.

Su cara de piel tersa, ojos grandes, de profunda
y dulce mirada,
de miel, que no acarician a nadie.
Su cuello, frágil, con caracolillos
donde el cabello nace.

Hombros que dibujan su delicada
silueta, con leves cuencos...
Su espalda se desliza, entre arcos,
suave, armoniosa, hasta el cóncavo de su cintura.



 
Sus senos erguidos, armados
con puntas mirando al cielo,
con círculos sonrosados,
erizados y con minúsculos montecillos;
por ellos resbalan sus manos...



El valle de su vientre es recorrido
con mano ávida,
con sutil y fugaz movimiento se dirige
a su sexo,
con escaso vello, siempre desierto...

Por un  momento tiembla su cuerpo...
las caricias no van más lejos;
continúa por sus muslos
deslizando sus dedos.

Al tiempo, se vuelve para dejar reflejado
donde la espalda termina,
su redondez rotunda,
con sima graciosa y profunda.

Las piernas, cual columnas,


 
sustentan esa figura monumental, bella.
Al espejo, negro de azogue, negro
de ver ese cuerpo,
de ser espejo le da tristeza...que... ser hombre,
seguro, él prefiera en esos momentos...


 



 
 

 


Amar


Tú y yo, solos, cualquier habitación,
no importa el sitio; en cualquier lugar...
Mediasnoches para comer,
noches enteras, y sus días, para amar.


Noche de verano


Está caliente la noche y aún la luna no la besa,
el sol se va por las laderas en busca de otras
tierras.

Hay un silencio infinito, ¡callad!, que la luna
ya se acerca...
está celosa del sol que a la tierra,
así, calienta.

El aire huele a jazmines,
los ruiseñores, ahora, lo festejan;
con el jolgorio de sus cantos a los insomnes,
 más, desvelan.

Frescos están los olivares
reflejando la luz de sus hojas,
las lechuzas entonan sus cantos,
los pastores guardan sus ovejas.

Los amantes el calor de sus cuerpos
baten sus sudores, los bañan,cabalgan;
cruzan caricias, besos, suspiros, risas...
luego, sus cuerpos y almas se relajan,
quedan quietos.





En tus brazos


Estás dormida a mi lado;
acaricio, con mi vista, tu cuerpo,
al sueño abandonado;
en tus labios una sonrisa...

Tus cabellos desparramados,
tus manos en tus brazos, como abrazando;
quisiera estar en medio...
sin estar en ti ¡qué solitario me encuentro!

La almohada recibe tu aliento,
tus ojos están cerrados,
tus senos libres,
con tu respiración, cabalgando.

Quisiera estar en tus sueños,
quisiera ser tu niño mimado;
tú estar siempre pendiente de mí,
ser yo... tu juguete adorado.





Amantes

Conocen sus cuerpos,
sus vidas... a retazos,
acuerdo tácito;
no les preocupa más.
Se ven muchos -pocos- días, se ven y se gozan,
siempre a escondidas; su pueblo es pequeño,
las ventanas ojos anidan,
abiertos a cualquier movimiento.

Sus amores emigran sus encuentros
 a otros lechos,
donde sus caras no son conocidas.
A penas tienen horas,
las buscan,
como sus cuerpos buscan sus caricias,
como sus labios sus besos.

¿No hay nada tras esos arrumacos,
tras esos te quiero...
te quiero, te quiero...?
¿Son simples jadeos,
es una forma de hablar


 
tras el envite fiero?

No hablan de amor.
A su arrebato dan rienda suelta;
siempre lechos extraños, alquilados.
Dejan sábanas mojadas, sudadas,
enredadas por el fragor de sus batallas,


por los lances de sus pasiones desatadas...

Nunca acabadas de saciar,
se encontrarán otro día;
aún no saben cuándo, ni en qué lugar;
son encuentros
itinerantes, prófugos, culpables,
errantes, ocultos;
acuden a la cita de la llama que nunca
acaban de apagar.

No piensan en un futuro;
no dan por acabada su historia
ni piensan cuanto durará.
Ella o él, otra vez, una más,
se llamarán;


 
otro sitio distinto,
nuevo escenario,
nuevo nido
de su loco desvarío.





Mujer sola


Rostro sereno, aún no ajado.
Ojos profundos, inquisidores.
Boca de pétalos desflorados
de sus primaveras.

Senos que nunca fluyeron mieles,
que nunca amamantaron aunque el amor y el placer
gustaron,
henchidos en deleites y goces.

Cuerpo provocador de envites apasionados,
de relajación
de miembros enlazados, reincidentes y locos.

Los amores... aves de paso; en su sentimiento
no anidaron,
sólo posaron, descansaron su fugaz vuelo.



 Nieves más frías que el hielo


Apenas la luz que se cuela por los visillos...
la alcoba está en penumbra; a oscuras está su alma,
en las tinieblas de la muerte... su mente.

Entre cortinas de volutas de humo,
tumbada en el suelo,
su cuerpo abandonado
al frío de las losas.

La cara con los surcos
de la sal de sus lamentos.
Su corazón vacío;
la sangre se le ha helado en su recorrido.

Manos temblorosas,
pequeñas para soportar tanto delirio,
el que exudan sus nucas
con sus cabellos en caracolillos.

Flor de escasas primaveras
tronzada en el hastío,


 
hundida en el pozo
de crueles desvaríos.

El vidrio de sus ojos,
de su alma,
es opaco, no ve otros caminos
que la salida donde vislumbra la calma.



Pastillas, hierbas,
nieves, más frías que el hielo,
congelan su cerebro.
La muerte se mete en sus entrañas.




El desengaño


Tiene el cuerpo de adolescente marchita, arrugas
incipientes en su cara, sus ojos grandes,
como dos faroles, pero apagados...

Su caminar por la calle es ligero
aunque nadie en casa la espera.
En el trabajo es alegre pero discreta;
su misterio es la vida que hace fuera.

Conoció el amor con pasión y fuerza;
muchos días y noches,
así varios años...

Un mal día -quizá mal día no fuera-
vio al hombre que quería;
otra mujer llevaba de su brazo,
ambos... un niño y una niña en cada mano...

El corazón se le quedó helado;


 
no se creía lo que veía.
De inmediato entendió
por qué, a veces, a su amor no tenía.

Se había escondido detrás de un árbol
mientras ellos pasaban de largo
riendo, hablando...
quedó temblando pegada al gran olmo.

Eso ocurrió ya hace años.
Salió huyendo;
en otra ciudad está viviendo
su cruel desengaño.

 



Niña, mírame a la cara


Niña, mírame a la cara
que quiero ver tus ojos, ventanales de tu alma;
no bajes las persianas negras,
no bajes tus pestañas
que quiero enviarte mi mirada
y que te llegue a las entrañas.

Niña, no vuelvas tú la cara
que los zagales te ven
y se llevan consigo mi calma.
Eres más hermosa que el mes de Mayo,
eres el más bello jardín
donde busco yo posada
para dejar, por siempre,
aparcada ya mi alma.


Cuando caminas, niña


Cuando caminas, niña,
se revolucionan las calles,
ahítas se quedan las esquinas,
en los parques los sauces lloran
sus ramas, pidiendo que no te vayas.

Las ventanas se llenan de fascinados ojos
por ver tu linda y excitante figura;
las aceras te esperan con ansia;
el sol, ¡qué envidia! te acaricia enterita,
con sus lascivos y ardientes rayos...

¡Con qué gracia mueves tu cuerpo!,
tu melena cómo resbala por tu cara,
tus ojos...cómo deslumbran al mirar,
cómo hechiza, cómo cautiva tu sonrisa,
cuando, con tu inocencia, saludas al pasar.

Tus vestidos moldean tu cuerpo,
cubren tu belleza, como las cortinas
amparan monumentos; a la luz le da miedo


 
llegar a tu piel, mostrar tus encantos,
descubrir tus secretos...

La brisa lleva el perfume de tu cuerpo;
de rosas y jazmines es el aroma,
y, también,
el color de los labios que asoman en tu cara,
quizá, ávidos de amar.

Mientras, tus cabellos flamean
cual banderas, orgullosas,
de los imperios de la juventud y belleza.


El viejo y la joven bella


Una joven bella, de extrema hermosura, fresca,
como flor de invernadero...
él, viejo,
más que los restos de Atapuerca,
piensa en mil travesuras...

Pero, recobrando la cordura,
se dice para sus adentros...
- como la zorra con las uvas –
“esa flor está inmadura”.


Madre rota


El otoño luchaba con el invierno,
perdiendo la partida.
Era una mañana fría 
de Sigüenza, muy fría.

Las nubes habían teñido de noche el día.
El aire clavaba la lluvia en nuestras mejillas.

El pinar, mientras, nos regalaba 
con el aroma
de tierra y plantas mojadas; 
tomillo y romero y, también, resina.

Las copas de los pinos
nos saludaban silbando,
se inclinaban con el viento,
al paso de nuestras correrías.

El castillo, en ruinas,
nos miraba helado;
no se creía tanta alegría,


 
en tan ventoso y frío día.

Confundidos con los silbidos,
que los pinos emitían, nos llegaron... ¿lloros... 
gritos...?Corrimos hacia el camino
que las ramas cubrían.
No lejos, una mujer,
desafiando a los elementos,
se dirigía hacia el cementerio.

Apenas en falda y camisa,
llevando una pequeña caja
del color de las astillas.
Entre quejidos y sollozos subía.

A su niña, muerta, iba hablando, acariciando,
chillando, susurrando,
gritando al cielo.
A nosotros nos ignoraba; no nos veía...

De un resbalón a la tierra caía;


 
en el suelo abrazaba aquella pequeña caja;
la acariciaba, la besaba,
mientras, desgarradoramente,
“mi pobre niña”, decía...temblando.


 

Y llegaste, colegiala


sombras entre sombras,
cielos sin estrellas, noches eternas,
lágrimas en la almohada.

Luz del final del túnel; uniforme con trenzas,
carreras sin fin, risas en cascada,
ojos, luceros del alma.

Miradas a hurtadillas, miradas con sonrisa,
sonrisas con convite, sonrisas con tristeza;
risas por todo, risas por nada.

Pregunta en la mirada, respuesta sin palabras;
ojos que hablan, ojos que piden, boca que sacia.

Cuerpos que se buscan,
caricias bien llegadas.
Sentimientos encontrados, sentidos latentes,
piel amada... Llegaste, colegial



    


                            II

         Recuerdos con el sepia de los años



 

 

 














           



Yo era pequeño


Yo era pequeño, jugaba en las casas hundidas.
Acompañaba a mi madre
a las colas del pan,
no me enteré del hambre.

Jugaba -el sonido de la corneta
en el aire de la posguerra- a conquistar trozos
de tierra, con el clavo, con el hinque,
mientras los muertos se enfriaban,
los muertos de todos,
que no se ofenda nadie.

Después de las bombas,
las bombas de todos,
vino la paz, la huida, el destierro, el hambre.

La nuestra fue una guerra -maldita- más,
que nadie se extrañe.
¿Qué guerra no tiene bombas, muertos cárceles,
hambre?

Las guerras hay que evitarlas antes:


 
No coquetear con banderas que no quiere nadie.
No ofender los sentimientos, las religiones de nadie.
Justicia para todos...
¡hay que impedir que las guerras estallen!


Batallas en la mar


Mis juegos de niñez,
entre escombros de casas hundidas,
-rescoldo de la guerra-
eran de batallas en la mar embravecida;
olas gigantescas
eran montañas de vigas y tierra.

Subido en el puente del barco,
-restos de algún muro caído en mi patio-
como altivo capitán, daba órdenes
a estáticos montones de ladrillos y piedras,
siempre sordos y mudos a mis gritos,
así, en mis batallas, no había muertos ni heridos.

Los palos eran las espadas,
las tuberías, troceadas, los cañones,
las ratas... los espías.
Eran los juegos de aquellos años de posguerra,
sin juguetes,
con la inocencia en los ojos de los niños,
en sus reflejos los daños de la guerra.




 
Tiempos de miseria


Los pequeños sin alimentos
ni juguetes.
Los mayores –mala sangre y juramentos-
duros trabajos, pan duro y... escaso;
días largos –amaneceres y trasnochadas-
sudores y piojos,
alpargatas con agujeros.

Después vino la guerra:
Niños con hambre, lágrimas y mocos...
Muertos, muchos muertos...
Mujeres, sayas y pañoletas negras,
y corazones rotos...


Mieses y flores


La primavera ha llegado, atrás quedó la guerra.
Han crecido
-entre cascotes de metralla-
las cebadas, los trigos,
-ganarán batallas al hambre
de los vivos-
las amapolas han florecido.
Mieses y flores...
homenaje a los muertos
que, en los campos, han caído.




Se hizo el mal por todos...


Dejémonos de colores,
rojo, azul, azul y rojo; ¡basta ya!-
acabemos, de una vez por todas,
con las dos Españas.

Gobernantes y gobernados
dejémonos de odios;
miremos hacia atrás
sin iras ni rencores;
no encendamos, una vez más,
la mecha de la venganza.

Los odios traen las guerras
y el rescoldo de la guerra
-campos y ciudades
con sangre, inocente, derramada-
es más odio.

Han pasado los años, nada es igual que entonces;
atrás quedó, en aquella mísera España,
el analfabetismo, la injusticia, el hambre;


 
hoy, al pueblo, no se le engaña.


Frente quebrada


Ojos negros, hundidos, mirada en extravío.
Labios en rictus de ascos y maldiciones,
espalda curvada por años en roto delirio;
sonámbulo despierto de días y noches.

Camina con paso inseguro, agotado,
hastiado de todo y de todos.
Sus brazos caídos, desmayada alma
en cuerpo de gigante, de complexión enorme.

Muchas veces tumbado o recostado
sobre cualquier muro; en la mano, siempre,
una botella,
su única compañera, ignorando al mundo
del que es apartado, en el que es confinado.

Mira al cielo: aún surca los caminos,
entre nubes, que cruzó con su avión de guerra;
en su cabeza rugen los motores,


 
las metrallas, las explosiones...


Poco más dejó saber de su historia.
No quiso huir; vivió su destierro
bajo los cielos en que hizo la guerra,
la guerra que perdió; vencido por dentro,
vencido por fuera.


Año 1958


No escapábamos del rosario, de los curas, del colegio.
Paseábamos la alameda con las manos en los bolsillos, rotos,
llenos de frío.

Mirábamos al negro cielo, hacíamos guiños a las estrellas,
cantábamos “en el año dos mil y pico... el hombre podrá volar”
-año 2000...qué lejano, muy lejano, nos parecía remoto, inalcanzable,
 más que cualquier galaxia, -¿llegaríamos?-.

Filosofábamos, hablábamos de los aviones “a propulsión a chorro”.
Fumábamos, a trozos, los “Ideales” amarillos
con pestazo de colillas apagadas,
guardadas, escondidas, en los bolsillos del abrigo.

Hablábamos de Maribel y de Charito, mirábamos al cielo, ¡qué frío!,
las manos en los bolsillos, calor en las ingles.


 
La luna, galleta de plata, nos miraba, se reía congelada.

Recitábamos a Jorge Manrique, San Juan de la Cruz.

Cantábamos rancheras, silbábamos el“Puente sobre el río Kwai”
y, a veces, hablábamos de religión y matemáticas.
Y pasaba la tarde invernal del Domingo, calada tras calada
de los cigarrillos “Ideales” am


 


arillos.




















                           III

                De ahora y de siempre



  

      



Berlín

Berlín, del muro y alambradas de espinos,
gorras plato y pasos de oca.

Berlín, de bellos monumentos,-antes desiertos,
casi muertos-
ha caído tu muro, eres libre, eres uno.
Entra un nuevo aire, sin centinelas, ni metrallas…

Alexanderplatz, tu torre luce ahora
como antorcha de paz y alegres noches,
prometedoras.

Puerta de Brandemburgo
-antes tierra de nadie-
por tus arcos circulan otras brisas...
recuerda tu origen de paz,
olvida lo que tu diosa y cuádriga evoca.

Friedrichstrasse
con Checkpoint Charlie de museo,
sin controles, ni miedos.

Tus calles han encendido las luces,
 -te conocí casi a oscuras-
atrás quedaron las tristes farolas,
las nieblas de futuro incierto… y vidas
 en la desesperanza.


 

Ubicua y eterna

  "Algo le pasa a la Muerte

 la encuentro desmejorada"

 Amalia Herrero Cabal



Sin túmulos, réquiems ni plañideras,
sin pomposas carrozas, sin caballos,
-ni negros ni blancos-
con o sin sudarios,
echan sobre ti palas de tierra;
quieren cubrir tu efigie,
tu cara, tu gesto -rígor mortis-
todos te huyen, nadie te nombra,
te queman, te incineran
-a dos mil grados-
pero tú, maligna Ave Fénix,
-roja, de sangre y fuego-
te alzas, erguida tu guadaña;
campos y ciudades sobrevuelas.
Después vendrán los buitres y las hienas...
tu negra sombra -de muerte-
la tierra cubre, la vida quiebra; ubicua y eterna.


Noche cerrada


Noche de luto, de ausencia de luna y estrellas
¿dónde estáis, astros del cielo?
¿dónde estáis, espejos del alma?
los arroyos lloran vuestra ausencia,
los campos están negros...
Los olivos, apagados,
sus hojas impacientan.
Los ruiseñores quedan mudos,
los mares a sus olas atormentan.

Noche de infiernos y limbos,
reinos de las tinieblas...
¿Has huido, Tierra,
a otras galaxias de mundos oscuros,
de agujeros negros,
de simas profundas en el universo?
La oscuridad a la Tierra aplana;
no hay montañas, no hay ríos, no hay mares...
mi alma, angustiada, también os extraña.


El camposanto


El campo inerte, los árboles, desnudos,
en hileras; procesión de almas en pena...
parecen fantasmas huesudos.
La naturaleza duerme su siesta.

La niebla, voluptuoso velo, borra
la escena de noches estrelladas,
de soleados y crudos días de invierno.
El silencio todo lo invade, el arroyo calla...
el agua se detiene; está helada.

Sólo se oyen los gritos lastimeros del viento
y el aullido del lobo, reclamando,
voraz, su tajada y, a su loba,
la cópula acostumbrada.

Las pocas casas del pueblo
se dibujan en la loma del cercano monte.
El humo de las chimeneas con el viento corre;
la única calle está desierta; ni personas ni bestias.



 
Y esa calle, en su corto recorrido,
muere frente a una puerta enrejada, medio abierta,
medio cerrada que deja ver
unas hierbas altas, doblegadas al viento...

Una cruz, de hierro oxidado, encima de un muro de barro;
cuatro paredes... un pequeño rectángulo
que cobija unas tumbas y unos nichos...
a cual más abandonados.


Viaje a mi pueblo


Hoy he vuelto a mi pueblo,
he paseado por sus calles
tranquilo y… emocionado;
he viajado en la distancia,
he andado los caminos de antes;
otras caras...

Tiendas con otros letreros
no consiguen borrar mis imágenes;
otros nombres, otras mujeres,
otros hombres...

mi pueblo...

he pasado por las casas
que me cobijaron de niño;
he visto el patio,
lugar de mis pequeñas batallas,
he visto las ventanas,

mis ventanas... que yo creyera grandes, muy grandes;


 
por ellas veía mi mundo,
de juegos, de ilusiones...
dentro, caricias y besos...

Hoy sus muros están mudos
de nuestras voces y risas
-mis hermanas, mis padres-

¿Dónde están  mis compañeros
de colegio, de juegos y canciones,
dónde mis primeros amores
–dónde aquellos besos-?
¿Dónde los grandes olmos

de la alameda, frondosa, de entonces?
-he visto algunos tristes troncos,
como huesos desnudos-
... nada de la grandeza de otros tiempos.

Sigüenza...
la brisa de los pinos
se lleva mis recuerdos y nostalgias...


Dormida en los siglos


Sigüenza, sigues postrada, dormida en los siglos,
a la sombra del castillo.
Al cobijo -asfixia- de las sotanas,
al recuerdo de glorias pasadas,
deslumbrada por el fulgor
de las doradas piedras de tus muros,
sorda por el fragor de lejanas batallas.
Ahíta por el eco de la voz de tus púlpitos,
embelesada por el aroma de los pinos,
embriagada por tu dulce miel,
acompañas en la pose
-tranquila, sosegada-
a tu hijo ilustre, El Doncel.


Abyectos, abominables


Inocencia y belleza esculpida en sonrisa,
más bella
que la más hermosa de las flores,
más que cualquier idílico paisaje,
más que puesta de sol irrepetible,
que lago profundo de cristalinas aguas,
que destello de estrellas, que auroras boreales,
que ángeles del cielo.

Apenas han nacido,
niños y niñas arrancados
de sus familias,
apenas han crecido, son raptados
violados, marchitados, muertos...

Manos crueles, mentes enfermas,
abyectas, abominables,
profanadores de cuerpos y almas
en toda su inocencia.



 
Pederastas lascivos, manos sucias,
ojos nublados de vicio, labios repugnantes,
babosos de infamia;
sacrílegos de cuerpos y almas.


Pueblo abandonado


La soledad es silencio en sus calles y casas,
el viento mece una puerta destartalada.
Las risas de los niños ya no se oyen,
ni los ladridos de los perros,
ni el canto de los gallos, al despertar el alba.

Es como un cementerio; los nichos: las ventanas,
tumbas: las puertas, balcones - sin tiestos, sin flores-.
Un viejo arado -esqueleto al sol- surca la soledad
con su reja oxidada, al paso de su existencia vana.

En la torre de la iglesia un nido vacío;
las cigüeñas han huido de tanta soledad,
de tanto hastío;
 la cruz del campanario
medio tumbada, vencida por el descuido.

Las paredes, encorvadas, soportan tejados
violados
por lluvias y hielos, por raíces de plantas
que se encaran, insolentes, al cielo.
Las calles -empedradas- con musgos alfombradas,
flores


 
y huellas borradas...


Bosque


Catedral, monumento verde en la espesura,
tus columnas se levantan al cielo
con el ulular del viento,
tejiendo, en sus ramas, la gran cúpula.

El sol se filtra entre las cristaleras del aire
y múltiples reflejos;
leve luz, muy tenue, que invita a la contemplación,
a la melancolía; soflama de ilusiones
perdidas,
vía crucis  de pasiones y vidas solitarias.

El rumor del arroyo recorre tus sombras, cual
agua bendita irreverente,
se envuelve con sonidos de timbales de cigarras,
con cantos de aves y los rugidos de alimañas.



El anacoreta


Entre las rojizas y escarpadas rocas, donde
los buitres plantan sus nidos,
en una estrecha gruta, una escuálida figura
permanece estática, las rodillas en tierra.

Sus huesudos brazos, desnudos y en cruz,
parecen dos estacas.
Su calva se confunde con el color de las rocas.
Una pelambrera cana -ovillo desmadejado de lana-
cae a su espalda.

Su torso, así, desnudo, del color de la calva.
Unos harapos blancos, atados con cuerdas,
impiden su desnudez, sus vergüenzas ocultan.
Sus pies, sucios, con uñas largas -cual garras-.

El graznido del buitre rompe la paz;
rebota en las rocas de la gran mole de piedra,
se pierde por el horizonte,
acompaña al sol que por allí se esconde. Mientras
el santón reza y llora…


 

Paloma mensajera


Con un soplo de viento se ha posado,
en el alféizar de mi ventana,
una cuartilla blanca, impoluta,
desierta, sin una sola letra,
cual muda paloma mensajera.


El petirrojo


Es una mañana de Agosto, fresca
despejada, de luz radiante, el sol promete hoy
ser abrasador.

Estoy a la sombra aromática de un laurel
ensimismado en mi leer, pero un petirrojo,
ya hace rato,
que va en mi derredor revoloteando,
ganándome espacio y atención, salto a salto.
.
Camina, salta, vuela y gorjea con decisión
y desparpajo, exhibiendo su manto canela
y pecho bermellón-rosado,
con simpatía, pero muy estirado.

Ya junto a mí, me mira con sus grandes
 y espabilados ojos,
gorjea diciéndome algo; ante mi silencio
vuelve a gorjear exigiendo diálogo.

El libro hace tiempo que he abandonado,


 
no menciono al autor para que así no se ofenda;
mi atención el petirrojo ha acaparado.


Pequeño universo


Mar, pequeño universo, he atravesado,
he roto tus olas, he cantado a veinte nudos,
acariciando tu brisa mi cara;
mar, he navegado en tus aguas;
tú mis venas y corazón surcas...

He visto tu oleosa superficie
y tus enormes crestas soliviantadas.
He soñado con tus más profundas, negras fosas,
con tus monstruos, con tus magníficos corales.
He nadado con tus bellas sirenas.

Me he batido con mil peces espada,
he cabalgado a lomos plateados
de delfines,
he bogado con Jonás en el vientre
de la ballena,
he explorado las bodegas de barcos
naufragados,
con mis amigas, las morenas,
he vertido sus tesoros en las arenas de tus playas...

Vagabundo


Va arrastrando con sus pies, cansados, su historia.
Sus pasos pesan, sus pensamientos vuelan;
van y regresan; sus ojos no miran a la gente que le observa;
sólo unos metros de acera.

Vecino del mundo, inquilino de cajas
de cartón en algún lugar, en cualquier rincón.
Cuenta las estrellas, las pone nombres, conoce
sus destellos.
A la luna enamora cuando vela sus sueños.

Su ropa conoce todas las ciudades;
es su fiel compañera, su mugre es su experiencia,
cada mancha una historia, alguna, quizá, muy bella;
su cara, a veces, lo dice cuando sonríe
con ojos que viajan muy lejos.

Me pregunto de qué vive; su orgullo
de qué le alimenta.
Su barba es el calendario, son sus muescas
en la cara negra de soles, lunas y vientos,
de noches mirando la nada, que le embriaga.


 No tiene edad, nombre ni procedencia;
su destino pasar por caminos que no sabe
a donde van,
¡qué importa de donde vengan!



No tomó ese camino


…Y no es que ése no fuera el momento de huir,
era el lastre que arrastraba consigo.
Llevando sus recuerdos…  ¿para qué otros caminos?
 lo que era su tormento con él se lo llevaba.
Había un solo camino a recorrer,  ligero
de peso; un oscuro túnel  y una luz al final…
no tomó ese camino.
Sus recuerdos, la vida le anduvo persiguiendo,
y él se dejó alcanzar,
acariciando su, ahora, amable cara.


Ese yo tan tuyo


Ese yo tan tuyo,
a los demás escondido,
ése que ven… no tus ojos
sino los ojos del alma,
¿camina junto a ti, en paralelo,
o se cruzan sus miradas?

Ese yo tan tuyo,
tan a los demás desconocido,
es tu dual, es tu sombra,
es el espejo que tu alma desnuda.
Te miras, sonríes
y te burlas...

Lluvia


Los pájaros, en las moreras,
alborotan con sus cantos.
Es otoño, está nublado, no hay frutos,
se me antoja un concierto extraño.

Otoño...los árboles se están desnudando,
pudorosos, con luces grises
de cielo plomizo y sol cansado.
Las tierras están sedientas, abiertas,
cual amante lujuriosa, hambrienta.

Las hojas secas –brasas apagadas
del verano- acogen mis pasos,
su crujido es la mustia letra de una canción
de letargo, de muerte, de espera.

Gimen, melancólicas, las nubes,
los pájaros callan, se cobijan en sus nidos,
las arizónicas me regalan su aroma,
el campo exhala, complacido,
su perfume a tierra mojada.


 
Mi andar, con la lluvia, se hace más lento;
quiero sentir el agua en mi cara,
en mi piel seca, -como la tierra, arrugada-
por sus surcos las gotas resbalan,
inundan mi corazón de sosiego;
agradecido, mis ojos levanto
al generoso cielo.

Ese muchachote y su padre


Tiene una edad incierta
¿doce, quince, diez y ocho años?
no lo sé, pero es alto y parece fuerte.
Tiene ciertas deficiencias...
necesita la mano, el apoyo del padre.

Les veo pasar todos los días,
con su andar inseguro, atropellado, con cuerpo
inestable.
El padre, mayor y menudo, tiende su mano,
le sostiene;
por ahora puede ayudarle; más tarde...
sacará fuerzas... ¡seguro!

Su cuello sostiene una cabeza
que siempre mira al cielo,
a veces, dando rápidos giros.
Su boca es grande, abierta -labios gruesos, carnosos,
rojos-

su cara en perenne sonrisa.




Mientras caminan, él, de medio lado,
mira a su padre, más bien, le acaricia,


 
con sus ojos inocentes; le adora,
le echa besos cariñosos, sonrientes.
Le habla, le dice palabras que sólo él entiende;
y sonríe...  abre su descomunal boca, en plena
 y feliz mueca...



El padre derrocha amor, con su dulce sonrisa,
con tristeza escondida, como sus pensamientos;
dudas de un futuro incierto, su indefenso hijo
sin su padre,
sin su báculo, sin su amigo...
¿Pensará en ello su hijo?

        
El reencuentro

Se despertaba el día con bruma, aún dormida,
sobre las lápidas del cementerio.
Tumbas vacías; todos los cuerpos y huesos al aire; 
olor denso, insoportable.
Olor a los muertos y más muertos y, dentro 
del feudo de las tinieblas, tú, la gran señora
y todopoderosa,
la muerte, reina de las calaveras y gusanos,
inquilinos de mortajas.

Nos habías citado, padre, iban a exhumar tus restos,
 a romper tu descanso, a violar tu sueño,
en una mañana de tensa calma.
La tierra es negra y húmeda, exhalando
vahos de pudrideros.
Y saliste tú, alzado en vilo,
con tu cuerpo de nácar y... entero.

Tus hijos allí, presenciándolo,
con nuestros sentidos colapsados 
de sensaciones,
con corazones al galope de sentimientos;
los ojos no nos lloraban...


 
las lágrimas nos caían por dentro;
después de los años te veíamos de nuevo...
La bruma flotaba como las almas que suben
al cielo;
bruma irreal, mañana de pesadilla, de frío,


las gotas del rocío nos llegaban 
a los huesos.

Aquellas emociones nos calaban en nuestros
adentros.
¡Estábamos tan cerca y tan lejos...!
No poder abrazar tu cuerpo...
no poder sentir tu cálida mirada,
no recibir tus amorosos besos...
Y te llevaron al crematorio...
luego nos entregaron tus cenizas 
resumidas, una negra vasija...

Las llamas no borraron tu imagen,
nunca tu sonrisa, sólo... tu cuerpo.


Cuando yo muera


Cuando muera,
si es que muero yo primero,
quiero que me vea mi perro;
que me huela, ya muerto,
no sea que piense que, por mi voluntad,
me he ido y le he dejado.
No quiero que crea que le he abandonado.




 
Hoy he vuelto a ser


Hoy he vuelto a ser el que no era,
-cuando no era-
antes que aquel óvulo fuera maduro,
antes que  se pensara en mi existencia.
Noche entre las noches, sin luceros, sin estrellas
sin albas ni atardeceres, sin Marte, sin Tierra,
sin alegrías, sin tristezas.

Y hoy, otra vez  hoy, vuelvo a ser...
no el que era.


 Inmigrantes


Paraísos perdidos,
tierras baldías
por guerras y por soles,
por nubes de arena
 y vientos abrasadores.

Horizontes de luz
cegadores de vida.
Belleza cruel e inhóspita,
que a sus hijos, desahuciados,
sin compasión destierra.

Cuerpos, almas errantes 
con destino incierto,
si el mar a la dicha os lleva,
¡benditas olas
que impulsan vuestra patera!

Invasores sin armas; como munición: hambre.
Pieles, apretadas a los huesos,
condecoradas con heridas
de alambres  espinosos.
Huéspedes indeseados
de otras tierras, por otras gentes.
Peregrinos del mundo sin báculos,
sin rutas ni albergues ni mochilas.

Cuerpos inertes, varados
en las playas de otros continentes;
llegasteis a la meta del no sufrir...
Paraísos perdidos.




Estío


Expira el verano y muere la tarde, lánguida,
en crepúsculo rojo; nubes de fuego y campos
abrasados por brisas infernales.

Las vetustas casas del pueblo son los testigos
del paso de las generaciones,
a veces, diezmadas por guerras,
por las miserias, por las hambres.

Los vecinos, perezosos,
-aún las huellas de la siesta en sus caras,
labradas por surcos, como sus tierras-
están tendidos a la sombra;
en sus labios las colillas de sus cigarrillos.
Algunos aún encendidos,
apagados otros, como si fueran apéndices
nacidos en sus labios, pardos, cuarteados,
como los rastrojos de sus trigos.
Trigos segados por sus manos recias,
culminación de sus fornidos brazos.

A su lado un botijo, del color del barro,

exudando el fresco líquido y, muy cerca, un porrón,
en competencia, con vino tinto de la tierra.
Hablan de sus sudores y sinsabores,
de los destrozos de las tormentas,
de las, raras veces, copiosas cosechas.
El vino calienta sus gaznates,


levanta el volumen de sus pareceres,
y el optimismo de futuras mieses engrosa,
hasta reventar los silos...

Es un breve descansar mientras lo hacen sus tierras,
a las que,
con los primeros días de otoño,
y sus yuntas, arañarán los surcos, de nuevo.


Viento


Corcel desbocado e irascible, eres el soberbio
elemento, con ondulante capa invisible.
Fustigador, con látigo de infinitas colas,
azote de equilibrios; encrespas océanos,
domeñador de tupidos y salvajes bosques,
violador de las más profundas y negras simas...
Tu ulular es tétrico alarido de mil muertos,
tus largos brazos, desgarrados, todo lo abarcan.
Tu gemido lúgubre, insolente y lastimero
evoca la inicua carcajada de la parca.

Cuando, por fin, te alejas la calma invade mi alma.



La madrugada


Las calles vacías y despobladas
de andares pausados y presurosos,
de cuerpos fatigados, afanosos
de existencias tranquilas, enervadas.

Encendida señal de trasnochadas,
haciendo el amor; momentos hermosos,
entrelazados los cuerpos, gozosos,
hasta altas horas de las madrugadas.

Los pasos delatan al madrugador
que se va distanciando entre las calles
que la luna alumbra -su resplandor-

Más tarde, detrás de los verdes valles,
el sol da al ambiente tono encantador,
esplendor, cual jardines de Versalles.


Otros caminos


Día y día caminando el camino se acaba,
-de los arroyos y los árboles me despido-
mis pies ya no andarán
otras sendas, otros caminos,
ni echarán los pasos atrás;
a mis años me siento rendido.


Parca


Eres toda de hueso, sin alma. Parca
es de acero tu arma,
la apartada ceja izada en la estaca.


Retrato


Acta del paso de la vida,
testigo fiel del transcurrir del tiempo,
prueba, irrefutable y cruel, del hoy y del ayer.



En los espejos del agua

El sol no se puede ver
en los espejos del agua;
su belleza
le deslumbra su mirada.



.

Sol


Tu haz de luz, cual viril falo,
calienta a la Tierra, la penetra y la preña.


Luna


¡Juguetona!
te deslizas por la Tierra, rompiendo las sombras.


Cielo


Cielo… ¡presumido!
que te miras
en los espejos de todos los mares,
y en los espejos de todos los ríos.


Gráciles y dicharacheras


Las manos de los sordos –gráciles y dicharacheras-
baten el aire cual raudas palomas mensajeras.


Ronda a la luna.


Acompañabas mi vagar nocturno,
saltando, graciosa, de charco en charco,
juguetona, recortada, pequeña y moruna,
jugabas al escondite entre las nubes blancas.

Mi corazón, enamorado, brincaba a tañidos de guitarra.


Reproche


Toda la vida juntos,
yo y el cuerpo mío,
no me enteré de que murió mi cuerpo…
y se enteró mi vecino.


Sombra


Sombra, compañera, -a veces mala, a veces buena-
me sigues, te sigo,
permaneces estática conmigo...y te ausentas.


El porvenir


El porvenir… lo tengo
ya tan cercano
que lo vislumbro tras cualquier esquina,
lo puedo, casi, tocar con las manos.
El tiempo se va agotando;
mi  cuerpo es como un viejo y derruido tejado;
goteras por todos lados.
Hablo del porvenir  raras veces deseado:
la Parca nos lleva a su lado.


Adiós a todos 

Adiós a todos y a todas las cosas,
a las que nadan y a las que flotan en las aguas
y  en las brisas,
con perfumes de deseos y de amores rotos.
A los mirlos y ruiseñores locos
y noctámbulos.
A las olas que van y vienen entre
borlas de espuma de conquista.
A todas esas cosas que nunca se tuvieron
-las deseadas y no deseadas-
A las mujeres que amé y me amaron, en silencio,
con palabra muda.
A los amigos,  a quienes creyeron
conocerme -¡tan convencidos estaban de ello!-
 y no lo hicieron.
A los que se dice, simplemente, conocidos.
A los que quise, me quisieron, odié y me odiaron.
A los que hice, me hicieron, beber los malos tragos.
A los que en malos tragos ayudé,  me ayudaron.
Adiós a esos días que quise hubieran sido
eternos,
y a los que nunca debieran haber existido.
Adiós a todos y a todas las cosas;
me voy con poco,
me voy con nada: nada me hará falta.


Mis poemas


Mis poemas, mis versos,
son palabras, más o menos, conexas,
sin trincheras, cátedras ni reglas;
son a pecho –sentimiento- descubierto,
son...a corazón abierto.






 









 







 







 







 


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